FEROZ
Cuando recibí
la segunda llamada supe que ya no había marcha atrás. Esa llamada nunca debió
producirse. Caperucita no entendía mi desazón. Su cerebro robótico no era capaz
de procesar datos que no fueran numéricos. Por desgracia para mi, en aquel
momento de desesperación absoluta no tenía ninguna otra compañía así que se lo
estaba contando a la máquina.
—Caperucita,
es el fin. Ya nadie vendrá a rescatarme. Me quedaré aquí atrapada hasta que la
estación reviente por falta de arreglos.
Miré a la
máquina. No sé si esperaba que me devolviera la mirada. En realidad no sabía
qué esperar.
—Puede
que antes de que eso ocurra se me terminen los alimentos ¡Qué ironía! morir de
hambre por intentar salvar a un planeta que agoniza por causa de la
sobreexplotación. Aunque es mucho más probable que me vuelva loca si no me
sacan de aquí.
Caperucita
seguía a mi lado, impasible ante mi desesperada disertación. No era el robot más moderno del mundo, pero
era capaz