LOBO
Estaba harto.
Los últimos treinta kilómetros los había hecho con un solo faro, veía gracias a
que la luna llena estaba haciendo de farola en el cielo, sin ventanilla del
copiloto, con el parachoques a la rastra y con un idiota histérico chillando
todo el camino. Aunque había optado por meterle en el maletero su voz era aguda
como la alarma de una salida de emergencia. E igual de inútil, porque por más
que se desgañitara no pensaba sacarle de ahí. Si, es cierto, debería haberle
amordazado, pero no estaba la cosa como para entretenerse. Al fin y al cabo era
de noche y estábamos en mitad de la nada. Ya se cansaría. O se quedaría afónico…
no entendía por qué no lo estaba ya. Sus gritos y alaridos me estaban
desquiciando. Necesitaba un poco de silencio para pensar cómo salir de aquel
embolao y aquel imbécil se había empeñado en ir dando por saco hasta el
infinito.
El coche no me
iba a durar mucho, en cuanto alguien me viera con semejante tartana estaría
perdido así que lo mejor sería encontrar una gasolinera o algo así “¿Cómo lo
hacen en las pelis, Sabino?” Bueno, como sea. Una gasolinera me iría bien. Ya
pensaría qué hacer