jueves, 31 de diciembre de 2020

UNA NUEVA CANCIÓN

 Te sugiero que antes de leer este relato leas Si ella no puede tocar, ya que está unido a él. Aunque tiene sentido si lo lees de modo independiente.

UNA NUEVA CANCIÓN

         Nada era más importante que la música y si Josué no era capaz de entender eso, no merecía una sola de mis lágrimas.

         Mientras pensaba eso, no era capaz de dejar de llorar. El dolor dentro de mi corazón era intenso como un réquiem. Sentía como me desgarraba por dentro mientras Josué iba metiendo objetos en un par de maletas. Yo estaba en la cocina, sola. Bueno, sola no. Estaba con mi fagot. Mi amado fagot. Él era el verdadero motor de mi existencia. Desde pequeña había amado la música y la había disfrutado en cada objeto del que había sido capaz de arrancar un sonido. No era de extrañar que mis padres se hubieran dado cuenta y hubieran tomado la decisión de apuntarme al conservatorio. En casa había un viejo piano, así que me llevaron para apuntarme a clases de piano. Por desgracia en piano no quedaban plazas, ni en arpa, ni en violín, solo en fagot. Por aquel entonces yo ni siquiera sabía que instrumento era aquel, pero cuando lo conocí, su profunda voz grave me conquistó para siempre.



         Estudié y practiqué incansablemente durante años, privándome de salir con mis amigas, de jugar y de conocer chicos pero logré mi objetivo, que era convertirme en lo que soy: una concertista de fagot. Bueno, en realidad solo había tocado en público con la orquesta una docena de veces, pero estoy segura de que si me esfuerzo, algún día podré mirar atrás y ver todo mi camino recorrido lleno de música y de éxitos. No estaba dispuesta a renunciar a mi sueño, después de todo lo que había trabajado por alcanzarlo.

         Cuando conocí a Josué todo era maravilloso. Me mimaba y me cuidaba. Me decía que me quería y que me amaba y también me decía que siempre me apoyaría en todo, que para eso estaba. Pero no fue así. Hacía media hora que le había dicho que estaba embarazada, deseando compartir con él la maravillosa noticia y sin embargo allí estaba, haciendo las maletas para abandonarme a mi suerte. Y todo porque yo me había negado a dejar de tocar ahora que iba a ser madre.

         “¿Qué clase de madre vas a ser, de concierto en concierto? Ya está bien de jugar a los trota músicos. Es hora de que sientes la cabeza y te comportes como una adulta de una vez”. Eso era lo que Josué había dicho. Me había indignado muchísimo, al darme cuenta de que él pretendía convertirme en ama de casa y madre en exclusiva, para tenerme a su servicio, como si mi vida no importara lo más mínimo. Me sentía desengañada y desgraciada pero por otro lado estaba aliviada. Gracias a esa frase me había dado  cuenta de la clase de persona que era Josué. Había descubierto cuáles eran sus verdaderas intenciones, cuáles eran sus sentimientos: él no me quería. Nunca me había querido, porque nunca me había entendido. Si no era capaz de amar la música no era capaz de amarme a mí, dijera lo que dijera. Mi vida era la música, siempre lo había sido y ni él ni nadie en este mundo se interpondría en mis sueños.

         Estaba embarazada. ¿Y qué? Tendría un hijo o una hija y le enseñaría lo que es la música. Le enseñaría a amarla como yo la amaba y seríamos felices. No necesitaríamos que nadie nos dijera como tendríamos que vivir. No necesitaba a Josué en mi vida para vivirla intensamente. Nunca más estaría sola si tenía a mi bebé y a mi fagot. Definitivamente, era mejor encarar mi próxima maternidad sin alguien como él cerca de mí.

         Abrí el estuche de mi amado fagot y comencé a tocar la cabalgata de las Valkirias. Esa canción me hacía sentir poderosa y además Wagner siempre me ponía de buen humor. La música me daría todo lo que Josué jamás podría darme. Mi vida nueva empezaba como una nueva canción.


Este relato está enmarcado en el reto de escritura #Origireto2020 organizado por Kat y Stiby. Podeis consultar las bases y apuntaros en sus blogs clickando aquí  o aquí

OBJETIVO PERSONAL:
 El objetivo personal que me propuse a principios de año era el de escribir seis relatos extra, enlazando relatos del origireto2019 y escondiendo en cada uno 2 objetos del origireto2020

Este relato es el sexto y último de la serie, porque los milagros existen y no todo en 2020 va a ser malo.
Está enlazado con Si ella no puede tocar, relato de Marzo del Origireto2019.
He seleccionado este relato porque la historia de la madre no podía quedar tan huérfana.
Objetos ocultos:19: una canción y 7: una docena

Además: tiene 655 palabras, que no está nada mal, para la hora que es.

Gracias por leer hasta aquí.

Déjame tu comentario para saber si este relato te ha gustado o no. Prometo contestar.

miércoles, 30 de diciembre de 2020

TRAICIÓN

Antes de leer este relato te sugiero que leas No me creeis  ya que esta historia está enlazada con aquella.

TRAICIÓN

         A mis cincuenta y ocho años mi cuerpo ya no era fértil cuando todo se desató, pero hice todo lo posible por salvar la vida ante la que se nos venía encima y lo logré. Aunque nada es gratis y hay deudas que solo se saldan con lágrimas y dolor, esperaba poder seguir adelante cuando el poder cambiara de manos y sin embargo, estaba aterrada.

         Tras el encuentro con aquel ser comenzó a correr el tiempo que me había concedido para buscar un lugar seguro y pertrecharme de todo lo necesario para sobrevivir por un tiempo. Además había tenido que conseguir un trabajo en aquel edificio para vigilar de cerca hasta que se produjera el aviso. Me dijeron que sabría lo que era cuando llegase el momento. Sin embargo el plazo convenido había expirado antes de lo previsto. Cuando salí del despacho que se había convertido en mi lugar de trabajo y la vi correr desnuda y haciendo aspavientos con los brazos, mientras intentaba gritar sin voz supe que el momento había llegado.

         Cubrí el cuerpo de la hermosa joven asustada con mi vieja gabardina y mientras ella se deshacía en lágrimas de desesperación y terror la llevé al hospital a buscar respuestas. Sabía que no las encontraríamos, pero mi objetivo era ganarme su confianza. Era una cuestión de vida o muerte. De su vida y de su muerte para ser más exactos. De eso dependía también mi vida.

         Cuando le dijeron que no podían abrirle la boca supuse que era el momento de tomar cartas en el asunto, pero la muy terca se empeñó en intentar convencer a todo el mundo de que su locura era real, de que era terrible lo que le había pasado y que los alienígenas nos estaban invadiendo. ¡Qué necia! Al cabo de dos días estaba tan deshidratada y débil  que apenas era capaz de caminar. No podía seguir permitiéndolo. La llevé a mi guarida: una granja aislada en la montaña, lejos de la ciudad. Allí estaríamos seguras hasta que llegara el gran destructor. Teníamos combustible y placas solares para abastecernos de energía todo el tiempo necesario.



         Lo primero era asegurarme de que Karen se alimentara así que le abrí la boca con un cuchillo que cogí de la cocina. Le tuve que mentir diciéndole que ya lo había hecho antes muchas veces, porque casi la da un ataque de pánico. Sin duda fue lo más repugnante que había hecho en mi vida, pero desde aquel momento todo fue sórdido para mí. Por suerte la sangre del huésped hizo que la herida en que convertí su boca cicatrizara rápidamente.

         Desde ese día la cuidé y acompañé, a pesar de su carácter irascible y egoísta ¡Se creía la mujer más desgraciada del mundo y que todos estaban en su contra! Fue insufrible durante los dos meses que duró su extraño embarazo, pero me mantuve a su lado, por la cuenta que me traía. Sabía que el miedo crecía dentro de ella igual que el ser que estaba gestando, y ese mismo miedo crecía también dentro de mi según pasaban los  días y se acercaba el desenlace de aquella pesadilla.

         Karen estaba cada vez más gorda, más azul y más insoportable. Pasar el tiempo a su lado estaba siendo demasiado duro para mí, pero tenía que aguantar. Valdrack cumpliría su promesa cuando el aniquilador total naciera. Entonces yo quedaría liberada y gozaría del privilegio de ser una superviviente. Podría vivir de nuevo en la ciudad si mantenía mi lealtad y estaba dispuesta a mantenerla hasta el final.

         Parecía que el momento había llegado.

                   —Karen.

                   —¿Qué quieres?

                   —Tienes los pies azules.

         La muy pánfila se quedó pálida mientras el aniquilador se disponía a salir de su cuerpo. Mi gran momento había llegado, sabía lo que tenía que hacer. Había sido matrona en mi juventud así que sería fácil pasar ese trance. Pero por algún motivo mi cuerpo se paralizó. No había marcha atrás. Era ella o yo. Ella con su lozana juventud y siendo la madre del aniquilador tenía el futuro asegurado… si sobrevivía al parto. Sin embargo yo era una anciana infértil para Valdrack y ni siquiera estaba segura de si aquel engendro intergaláctico cumpliría su palabra de salvar mi vida, pasara lo que pasara.

                   —Juana, abrázame.

         Lo hice. Dos meses cuidándola habían hecho que hubiera nacido en mi un afecto que no podía ignorar. Karen estaba temblando. Yo también. El primogénito de Valdrack estaba llegando. Era hora de elegir entre mi vida y la de Karen. Ella era dulce antes de la violación y eso y un cuerpo flexible y joven la habían convertido en la anfitriona perfecta. Podría volver a ser dulce y feliz cuando todo pasara. Tendría un gran futuro por delante junto a la élite del nuevo mundo. Por eso había sido elegida por aquella civilización. Su sacrificio debía dar ejemplo a la humanidad para someterse al poder de aquellos seres.

         La ayudé a ponerse a cuatro patas para dar a luz, con semejante barriga no era capaz de mantenerse tumbada y respirar al mismo tiempo. Además estaba segura de que no sería capaz de hacer aquello mirándola a la cara.

         Mientras ella gritaba de dolor, o de miedo, clavándome su agudo grito en el cerebro, cogí la azada que guardábamos junto a la cama como defensa y con todas mis fuerzas descargué un tremendo golpe contra su nuca. Su  grito cesó y Karen se despanzurró en la cama boca abajo, como un bicho muerto, mientras entre sus piernas nacía aquel ser indefenso, deforme y azul. No podía creer lo que había hecho. Cogí al ser entre mis manos. Se retorcía, resbaladizo, emanando maldad a su alrededor.

                   —¡Valdrack!¡Cumple tu palabra!—Grité con todas mis fuerzas, muerta de miedo, pero segura de que el alienígena cumpliría. Acaba de matar a mi única compañía con tal de salvar mi vida. Las lágrimas rodaban por mi mejillas cuando llegó el padre, atravesando la puerta con su imponente presencia.

                   —Juana, admiro tu falta de escrúpulos. No creí que serías capaz de cuidar a la madre para que todo saliera bien, como te pedí. Y admiro la compasión que has demostrado al evitarle el sufrimiento de verse devorada por su progenie.—Le miré. Era enorme y azul y en aquel momento el ser más poderoso de la Tierra.— Te recompensaré.

                    —Así lo prometiste, mi señor— ¿Porqué le hablaba así? ¿Acaso ya me sentía sometida?

                   —Te lo has ganado.

         Con su vástago aún retorciéndose entre mis brazos, Valdrack alargó su mano hacia mi cara. Creí que iba a imbuirme de algún poder ancestral o algo así con aquellas afiladas manos azules. Estaba paralizada por el terror. Por un momento dudé de si podía confiar en él.



         Entonces sentí un agudo dolor en el ojo. Aquel engendro me había clavado uno de sus dedos en él. Por un segundo oí como los tejidos crujían húmedos y gorgoteaban mientras se abría paso hacia mi cerebro. Era el fin. Había matado a Karen para nada.

         Rota de dolor e impotencia solté a la criatura que chillaba en mis brazos y con mis últimas fuerzas, le pisé la cabeza.


Este relato está enmarcado en el reto de escritura #Origireto2020 organizado por Kat y Stiby. Podeis consultar las bases y apuntaros en sus blogs clickando aquí  o aquí

OBJETIVO PERSONAL:
 El objetivo personal que me propuse a principios de año era el de escribir seis relatos extra, enlazando relatos del origireto2019 y escondiendo en cada uno 2 objetos del origireto2020

Este relato es el cuarto de los seis (y seguramente el último de ellos, esta vez si porque al año le quedan dos suspiros).
Está enlazado con No me creeis, relato de agosto del Origireto2019.
He seleccionado este relato porque al final de él empezaba una historia y creí conveniente darle un poco más de espacio a ese detalle

Objetos ocultos:6:combustible y 12:placas solares

Además: milpalabrista (1185 palabras), 

Gracias por leer hasta aquí.

Déjame tu comentario para saber si este relato te ha gustado o no. Prometo contestar.


SOBERBIA

 Antes de leer este relato te sugiero que leas La Emperatriz, ya que es una continuación de aquella historia.

SOBERBIA

         El caos se desató en el imperio. La ira de la emperatriz no conoció límite alguno después de aquello: que su espejo mágico hubiera decidido suicidarse antes que tener que volver a reflejar la mueca de la horrible mujer fue más de lo que pudo soportar. Cuando el cristal azogado estalló en mil pedazos, el grito que profirió Exmara hizo temblar hasta los cimientos de palacio. Todas las personas que allí se encontraban huyeron despavoridas al reconocer el grito de su señora, mucho más desgarrador y desesperado que otras veces. Muchísimo más aterrador. Un grito que no presagiaba nada bueno.



         Sus asesores huyeron del palacio dejando a la poderosa mujer sola con su odio y su frustración. Todos los peluqueros y maquilladores hicieron lo mismo, al igual  que las lavanderas y planchadoras y también todas las costureras. Los pasos de la enfurecida emperatriz de la moda retumbaban en el vacío que la falta de personas había dejado a su alrededor en el imponente edificio. Incluso el emperador y su séquito habían decidido abandonar atropelladamente el palacio con tal de no cruzarse con semejante montaña de ira.

         Cada vez quedaban menos días para que se celebrara la Conferencia Internacional del Agua y Yokarlo tenía mucho trabajo y mucho que estudiar. Quería que cuando saliera el sol ese día, el reino de Fashionshow quedara en el mejor lugar posible con sus propuestas en la gran cita, y las injerencias de Exmara examinando su posible atuendo para ese día le causaban una profunda irritación, amén de una absoluta desesperación, así que  antes de irse de palacio le pidió a un lacayo que cogiera un traje cualquiera que estuviera limpio para llevarlo con él. No necesitaba más. La Conferencia pondría de manifiesto los sacrificios que cada reino estaría dispuesto a hacer para proteger acuíferos y desaladoras y el comité científico del emperador había desarrollado un proyecto magistral de depuración de aguas residuales que podría aportar grandes beneficios en salud humana y animal al resto del planeta. La cuestión era extremadamente seria y no podía dejar que la frivolidad y el mal humor de su esposa distrajesen ni por un instante a ningún miembro de su equipo de trabajo.

         Sin embargo Yokarlo también estaba muerto de miedo. No era capaz ni de imaginar cual sería la venganza de Exmara ante semejante desplante. Dejarla sola en el enorme palacio, sin nadie sobre quien descargar su enfado y sus frustraciones podía resultar en un tremendo desastre. Y además tampoco contaría con ninguna ayuda para vestirse o peinarse. ¡Hasta los cocineros habían huido! Realmente tener miedo ante lo que se pudiera desatar en el podrido corazón de aquella mujer era la reacción más lógica.

         Yokarlo lo asumía, y estaba dispuesto a tomar las riendas de una vez por todas. Se había dado cuenta de que no podía dejar el imperio en manos de semejante arpía. Estaba dispuesto a sacrificar su persona, pero no podía sacrificar las vidas de todos sus súbditos, así que junto con su equipo de expertos y científicos empezó a idear un plan para sacar a Exmara de palacio y poder así gobernar el imperio con la cordura que tanta falta hacía. Sin embargo los habitantes de Fashionshow estaban tristes y aterrados, ya que el emperador se hallaba oculto para poder urdir todo el plan. Se sentían indefensos ante la irracional emperatriz.        

         Al cabo de un par de días todo estaba listo para derrocar a la mujer y hacerse cargo del trono. Debía ser así, para que la Conferencia Internacional del Agua se pudiera desarrollar sin contratiempos. Yokarlo había dispuesto un primer equipo de exploradores que se ocuparían de llevar presentes a palacio con el objetivo de aplacar los ánimos de la emperatriz. Con ellos iría un segundo equipo con peluqueras, costureras y asistentes que el emperador había reclutado en secreto entre los paisanos. Cuando Exmara estuviera lista para la falsa presentación de la Conferencia, un cochero la llevaría al pabellón del agua, y ahí era cuando el plan debía ser preciso, para que aquella limusina atravesara la frontera sur en lugar de ir al pabellón. Al otro lado de esa frontera estaba el Monte del Olvido. Si lograba dejar a su esposa cerca de allí, su memoria empezaría a borrarse y quizá volviera a ser la muchacha alegre con la que se casó. O quizá olvidase hasta su propio nombre… en cualquier caso no perdía nada. Todo estaba listo. Solo faltaba ponerlo en práctica.

         El equipo de exploradores llegó a palacio y se encontró con un silencio sepulcral. Se decía en las calles que la emperatriz se había encerrado en su cámara y que lo único que hacía era llorar y lamentarse, una vez agotadas sus fuerzas tras desatar todo su mal genio. Llegaron a la puerta de sus aposentos y depositaron allí exquisitos manares y una buena cantidad de joyas que Yokarlo había reunido entre sus amistades reales de otros reinos.



         El chofer esperaba en la puerta de palacio con una magnífica limusina mientras el equipo de belleza intentaba convencer a la emperatriz de que debía acicalarse para el ensayo de la inauguración de la conferencia.

                   —Majestad, no puede fallar en semejante ocasión. Toda la prensa cardiovascular estará presente ese día y su persona debe ser la que más destaque. No nos cabe duda de que podemos ayudarla a lucir como nunca, si usted quiere, por supuesto.

         El osado maquillador estaba convenciendo a la mujer, porque conocía a fondo los límites de su vanidad, tras años (sufriendo) a su servicio. Finalmente Exmara cedió y les dejó pasar a todos. Se esmeraron como nunca en su labor de embellecer a la emperatriz y el resultado fue sobresaliente. A falta de su espejo mágico, ella se miró en el espejo grande de su vestidor privado, quedando bastante satisfecha con el resultado. La ira, la fuerza y la frustración habían dejado paso a una mujer derrotada que intentaba estar a la altura de sí misma, pero cuyo ánimo solo la llevaba a lo más profundo de su soledad.

         Llegaron a la limusina y todos se deshicieron en alabanzas hacia la belleza que acompañaba a la emperatriz, no había otra como ella en toda la Tierra. Recuperando su porte regio montó en el vehículo y fijó su mirada al frente con desaire. El trayecto hasta el pabellón no era largo, pero el chofer parecía estar dando un ligero rodeo. Por motivos de seguridad, le dijo a ella. Salieron de la ciudad y ante la estupefacción de Exmara, cuyo carácter violento estaba volviendo a ocupar su lugar, la limusina se detuvo en un margen del camino. El chofer, embozado, bajó del vehículo y abrió la puerta trasera.

                   —Majestad, le vendrá bien tomar un poco de aire antes de ir al pabellón.    

                   —¡No necesito tomar aire!¡Necesito llegar ya, inútil! ¡Mi vestido se está arrugando!

                   —Tu soberbia acabará contigo.

                   —¿Quién osa hablarme así? ¡Cochero! ¡Quiero ver tu cara!

         Cuando el cochero descubrió su rostro, una rugiente carcajada salió de los labios pintados de la emperatriz, levantando ecos imposibles.

                   —Yokarlo… Debí imaginarlo. Nadie en su sano juicio se me opondría.

         Dijo la mujer mientras se atusaba el peinado y parpadeaba coqueta, destilando maldad por cada poro. Entonces el emperador se acercó y la sujetó por la cintura, acercando sus labios los de ella.

                   —Mírame a los ojos —Le pidió mientras forcejeaba para mantener el abrazo.—Necesito saber si aún existe la mujer de la que me enamoré.

         Exmara profirió otra sonora carcajada-

                   —Eres un iluso Yokarlo—dijo ella cesando el forcejeo, bajando la voz y mirando a su esposo tan de cerca como hacía años que no hacía. Entonces sintió como una gota escurría desde detrás de su oreja, justo donde el hombre había puesto su mano intentando acercar sus ojos.

         No sintió dolor, solo paz. Sintió como su vida se escurría entre los brazos de su apocado esposo, que la sostenía mientras ella se desvanecía.

                   —Mi vestido …

         Esas fueron sus últimas palabras, mientras su sangre azul teñía de rojo su mortaja.

Este relato está enmarcado en el reto de escritura #Origireto2020 organizado por Kat y Stiby. Podeis consultar las bases y apuntaros en sus blogs clickando aquí  o aquí

OBJETIVO PERSONAL:
 El objetivo personal que me propuse a principios de año era el de escribir seis relatos extra, enlazando relatos del origireto2019 y escondiendo en cada uno 2 objetos del origireto2020

Este relato es el tercero de los seis (y seguramente el último de ellos).
Está enlazado con La emperatriz, relato de febrero del Origireto2019.
He seleccionado este relato porque tanta maldad no podía quedarse así

Objetos ocultos:5: el sol y 21: sangre azul

Además: milpalabrista (1330 palabras), 

Gracias por leer hasta aquí.

Déjame tu comentario para saber si este relato te ha gustado o no. Prometo contestar.

foto 1: palacio de verano de San Petersburgo.
foto 2: de la página "las mejores limusinas".
foto 3: francamente no me acuerdo, la saqué de internet y me encanta.



martes, 8 de diciembre de 2020

LA DESCONOCIDA DEL PANTEON

 

LA DESCONOCIDA DEL PANTEÓN

                   —Virgine, ¿de verdad está tan mal?

                   —Si, Camille. Aunque la ves lúcida de mente, su cuerpo se está apagando. La muerte de su nieto le ha dado la puntilla.

                   —Lo cierto es que desde que murió mi hermana, mi madre empezó a empeorar. La pena se enquistó en su corazón.

                   —Ha de ser horrible perder a tu primogénita, y más cuando deja un niño pequeño.

                   —Mi madre no ha podido con ello. La muerte de mi sobrino era más de lo que podía soportar la pobre a estas alturas. Al menos mi padre está con ella, él lo ha llevado mejor.

                   —Eso parece, pero si hablas un rato con él verás que su mente está confusa.

                   —Es muy mayor. Ha sido también un duro golpe para él. Menos mal que tienen la ciencia. La química siempre le ha unido y les ha dado fuerza para salir de todos los problemas.

                   —Lo sé. Podríais ser ricos si tu padre hubiera patentado sus descubrimientos.

                   —Nos va bastante bien, ¿no te parece? Mi padre es un hombre de principios, siempre pensó que acumular riquezas resultaba indigno. El valor de la ciencia está en ser para todos.

                   —Nunca he alcanzado a comprender como tu madre le permitió no registrar las patentes, siempre fue una mujer práctica.

                   —Si, práctica y enamorada Virgine. Desde que conoció a mi padre dejó de posar para pintores y se dedicó por entero a él. Bueno, a él y a la química. Cuando les ves hablar de experimentos y descubrimientos es como si el tiempo se detuviese a su alrededor.

                   —Lo sé. Lo he visto mil veces. Sin embargo ella siempre hizo todo el trabajo.

                   —No seas injusta. Mi padre siempre ha trabajado duro.

                   —¡Pero Camille! ¡Tu madre más aún! Fue capaz de cuidar de ti y de tus hermanos y de gobernar esta casa para que todo funcionara con la precisión de un reloj suizo. Y además de todo eso le dio a tu padre la mitad de sus ideas geniales.

                   —La verdad es que juntos han hecho grandes cosas.

                   —En ti misma tienes la prueba.



         Virgine posó su mano en el hombro de Camille, con la mirada llena de la admiración que siempre le había profesado. Desde que la conoció había vivido prendada de su forma particular de ver el mundo. Y es que ser Camille Berthelot y haberse criado  con unos padres científicos le había forjado un carácter único.

         Había aprendido de su madre Sophie como ser una buena mujer y una buena esposa, y también que el trabajo y el esfuerzo siempre daban sus frutos, con la ayuda del Señor. De ella también había aprendido a valorar los pequeños detalles, como el gesto que Virgine acababa de hacer. Como la sutil diferencia existente en las reacciones químicas. Su padre, Marcellin, había establecido años atrás la diferencia entre  las reacciones exotérmicas y las endotérmicas y era asombroso observar cómo se producían diferentes tipos de pequeñas explosiones y espumas cuando sus padres desplegaban su magia en el laboratorio del sótano.

         La química nunca había sido lo suyo, pero había aprendido que los más ínfimos detalles pueden generar enormes diferencias. Y por eso valoraba mucho esa mano amiga en su hombro. Ese gesto le transmitía mucho más que amistad en esos momentos dolorosos.

                   —Gracias, Virgine, por todo. Sé que estás haciendo un gran esfuerzo para cuidar de ellos.

                   —En realidad tu padre no se aparta de su lado.

                   —Y si no fuera por ti estoy segura de que ni siquiera comería.

         La mirada de Camille expresaba mucho más que gratitud. Sin embargo había aprendido otra cosa de su madre: que aparentar tiene más letras que ser. Era la hija del ministro, debía guardar las formas. Por eso había elegido casarse y formar una familia. Su amante esposo había resultado ser un buen hombre que la amaba con locura y ella había aprendido a quererle. Pero eso no evitaba que lo que sentía por Virgine menguara ni una pizca siquiera. Hacía años, cuando sus padres la contrataron como cocinera en la casa no tenía ni idea de en lo que aquella mujer se convertiría con el tiempo. Era su mejor amiga, su confidente. El cariño que le tenía era muy especial. Y lo que estaba haciendo por sus padres no se lo podría pagar nunca, aunque se llevara un buen sueldo por ello.



                   —Virgine, ¿recuerdas cuando te hablé de aquel señor de Flandes?

                   —¿El flamenco estirado ese que se hizo tan amigo de tu padre en el ministerio?

                   —Si.

                   —Ayer recibí un mensaje suyo. Me daba las condolencias por su muerte.

         El rostro de Virgine palideció al oírlo. Era una mujer muy supersticiosa, y nombrar a la muerte en casa de un moribundo traía malos augurios. Cierto era que la moribunda era Sophie, pero igualmente le dio mala espina.

                   —¿Cómo comete alguien de su posición un error tan grave?

                   —No solo trabajaba con él en el ministerio. Lleva tiempo detrás de patentar todas las cosas que mi padre no ha patentado. Anda malmetiendo con unos y otros, ya ha convencido a casi cuarenta científicos de que los descubrimientos de mis padres deberían estar dando beneficios en sus cuentas. Piensa que se hará de oro si logra robar los tesoros científicos de mi padre, como si fuera Ali Babá. Creo que su mensaje fue un error planificado.

                   —¿Planificado?

                   —Si. Creo que está intentando provocarme para que le diga la contraseña que abre la gruta. Piensa que perderé los papeles y le abriré el camino hacia la cátedra de mi padre. Me conoce muy poco.

         Virgine estaba segura de eso. Ni siquiera ella, con quien la unía una relación especial, era muchas veces capaz de prever las reacciones de la mujer.

                   —¿Qué vas a hacer?

                   —Nada. Ignorarle. Es lo que habría hecho mi madre. No puedo dejar que algo así me afecte. Ahora lo más importante es ella. Debo estar a su lado.

                   —Creo que te equivocas. Deberías ponerle en su sitio.

                   —No. Mi marido se ocupará de él. Yo debo cuidar de mi madre en este momento. Solo quería decírtelo para que sepas entre la clase de gente que nos encontramos. No confíes en nadie. Son como hienas.

         Camille regresó a la alcoba donde su padre velaba incansable a su madre enferma. La pérdida de su hija hacía nueve años la había hecho enfermar y la reciente muerte de su querido nieto la había debilitado en exceso. La enfermedad se la estaba llevando al otro lado. La chispa de sus ojos se estaba apagando poco a poco y veía desesperada como su padre se estaba dejando la vida en cuidarla. Aún a ratos les oía hablar de sus siete amores: sus seis hijos y la termoquímica. Era inimaginable, pero así era. En el lecho de muerte de su madre expresiones como bomba calorimétrica eran normales, a ella no la sorprendían.

         El anciano se levantó.

                   —Camille, quédate con tu madre un momento, he de comprobar una cosa en el laboratorio.

                   —Si padre.

         Mientras Camille se quedaba al cuidado de Sophie, un agotado Marcellin se dirigió al laboratorio donde sus colaboradores seguían sus instrucciones para evaluar la influencia del radio en los cultivos. Estaba seguro de que lograría grandes avances en ese campo, aunque también lo estaba de que la vida se le escurría entre los dedos enjutos y cansados.



         Al entrar en el laboratorio sintió una enorme paz. Aquel laboratorio era su hogar tanto como lo era su casa, con la diferencia de que allí las variables las podía controlar y eso le daba la seguridad que enfrentarse a la inminente muerte de su esposa le estaba arrebatando. Dio unos cuantos pasos adentrándose en la pequeña huerta con la que estaban probando algunas ideas cuando lo vio. Era una especie de ratón sin pelo que caminaba torpemente entre los surcos. No podía ser. No podían tener una plaga de ratones en sus cultivos. Porque estaba seguro de que el radio había transformado a un ratón de campo en aquel aberrante ser. Lo cogió con facilidad y lo puso frente a sus ojos para verlo mejor.

                   —¿Y a ti que te ha pasado? Tendré que llevarte dentro para analizarte. Parece que el radio te ha hecho daño ¿verdad?

         El anciano dio media vuelta para entrar en el laboratorio cuando una extraña voz salió del animal que tenía entre sus manos.

                   —No soy un ratón. El radio no puede hacerme nada, porque no soy de este planeta. Solo estoy intentando encontrar el modo de volver a mi hogar. Tú deberías volver al tuyo.

         Marcellin soltó al animal, que huyó escabulléndose entre los surcos. No podía ser. Los ratones de campo no hablan aunque el radio les haya dejado calvos. ¿Un ser de otro planeta? Sin duda su mente le estaba jugando una mala pasada. Quizá ir al laboratorio no había sido una buena idea, después de todo, estaba demasiado cansado.

         Cuando regresó a casa tras su breve excursión, encontró a Camille donde la había dejado: a los pies de la cama de su madre.

                   —¿Cómo sigue?

                   —Mal, padre. No ha dejado de preguntar por ti un solo minuto.

         Marcellin se colocó en la cabecera de la cama, para que Sophie pudiera oírle y para que sintiera su presencia.

                   —Cariño, estoy aquí. Estate tranquila que no me volveré a ir de tu lado.

                   —Fuiste al laboratorio.

                   —Necesitaba…

                   —Lo sé, yo también lo necesito.

                   —Iremos juntos en cuanto te recuperes.

         Marcellin acarició el rostro cansado de su esposa, que se esforzó por regalarle una última sonrisa antes de exhalar su último aliento.

         Camille dejó a su padre unos minutos junto a su madre. Ella también estaba rota de dolor. Sin embargo ahora le tocaba a ella tomar las decisiones.

                   —Padre, debe usted descansar.

                   —No quiero separarme de ella, hija.

                   —Échate solo unos minutos, te vendrá bien.

         Lo acompañó al salón, donde el anciano se recostó en el diván, totalmente exhausto.

         A la noche, el marido de Camille recibió un telegrama: "Todo ha terminado después de cuatro horas para mamá y también para papá. Se fue a dormir al canapé del salón y tras un cuarto de hora sin conocimiento se apagó"

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         Marcellin Berthelot fue inhumado en el Panteón de Paris  en 1907 junto a su esposa para no separarlos. El Ministro de la Instrucción Pública Aristide Briand destacó de Sophie que fue "una mujer dulce, amable y cultivada". Sophie se convirtió así en la primera mujer enterrada en el Panteón, aunque no por méritos propios sino por sus "virtudes conyugales"

 

FUENTES CONSULTADAS:

Wikipedia

Grupo Heurema. Educación secundaria, enseñanza de la Física y la Química, sección: personajes olvidados de la Física y la Química.

Los secretos de familia del Panteón.

Y otras mil páginas web más.


Este relato está enmarcado en el reto de escritura #Origireto2020 organizado por Kat y Stiby. Podeis consultar las bases y apuntaros en sus blogs clickando aquí  o aquí


DICIEMBRE:
Objetivo 5: Escribe un relato basado en un dato o avance científico.
Cuentos y leyendas G: Alí Babá y los cuarenta ladrones.
Criaturas del camino VIII: alienígena
Objetos ocultos:16: un flamenco y 23: magia.
Además: milpalabrista ( 1689 palabras),  rosa insolente por protagonista femenina . Sororidad por pasar el test de Bechdel en la primera parte del primer diálogo. Giratiempo por publicar antes del dia 10 y además me apunto un minipunto por haber escrito un relato biográfico historico rescatando del olvido un personaje importante para la historia científica.
Con este relato cierro mi participación en  el Origireto2020, salvo imprevistos posibles relatos de mi objetivo personal. Ya veremos.

Gracias por leer hasta aquí.

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