domingo, 25 de octubre de 2020

DIMENSIÓN DE PLÁSTICO

Antes de leer este relato te sugiero que leas La Fuga, pues es una continuación de aquella historia.

DIMENSIÓN DE PLÁSTICO

 

                   —¡Que me envíe el dichoso recibo, digo!

         El operador al otro lado del teléfono intentaba hacerle entender que podía acceder a los recibos a través de la web, pero Mauricio estaba que echaba humo.

                   —¡No me interesa ver el recibo en la web! ¡No puedo ver la web! ¡No me funciona internet! Así que no voy a pagar ningún recibo mientras no me lo arreglen.

         Elena estaba más que acostumbrada a los gritos constantes, pero lo de aquella tarde era demasiado. Al parecer todo el mundo tenía la culpa de que internet no funcionara y llevaba haciendo llamadas casi tres horas seguidas.

                   —¡Le repito que me da igual su filosofía empresarial! ¡A mí me tienen que enviar los recibos a mi buzón! ¡A mi buzón! ¿Me oye? ¡Metido en un sobre, como toda la vida!

                   —Mauricio… Eso ya no lo hace ninguna empresa, cielo. Deberías tranquilizarte. Te acabará por dar un infarto.

         En realidad Elena estaba segura de que gritar por teléfono era lo que más le gustaba a su marido, así que había hecho que instalasen un terminal en la biblioteca, así Mauricio podía gritar todo lo que quisiera sin molestarla.

         Por si aquello fallaba, como estaba fallando en ese momento, la mujer había ido más allá. Como Mauricio era un cabezota obsesivo le había regalado una impresora 3D, pero por piezas, convencida de que eso le mantendría tranquilo y ocupado un montón de tiempo, según le había contado Miguel el comercial.  La idea se la había dado su querida vecina Griselda: “Tú lo que tienes que hacer es llamar al técnico y que te explique cómo funciona la aerotermia. Toma el número. Hazme caso, llámale y luego me cuentas.” Y así lo había hecho, casi.

         Elena había llamado a Martín, el técnico buenorro, quien muy amablemente le había facilitado el teléfono de Miguel, el comercial. Elena decidió que  su plan fuera marear a Mauricio con el tema de la aerotermia. Calculaba que, con lo obsesivo que era, eso le tendría ocupado un par de meses. Sin embargo cuando llegó su marido no estaba en casa, así que tuvo que escuchar ella todas las magníficas explicaciones que el experto le daba, intentando retener en su cabeza alguno de los datos que Miguel le estaba proporcionando, para poder enredar a Mauricio.

         En mitad de aquel galimatías tecnológico se dio cuenta de que ya tenía suficiente información inútil y cambió de estrategia. Tras dedicar una mirada más al tal Miguel decidió atacar directamente.

                   —Mira Miguel, te agradezco todas tus explicaciones pero no me estoy enterando de nada.—dijo mientras se levantaba del sillón y se sentaba más cerca del joven— en realidad lo que yo necesito es algo para entretener a mi esposo, que se pasa la vida gritando y me tiene loca.

         Por suerte al técnico le hizo gracia la cosa y a su vez, decidió que podía tomarse unos momentos de relax con aquella señora tan maja y tan sincera.

                   —De acuerdo Elena. Tengo una idea, pero necesito que me digas que me das a cambio.—dijo poniéndole ojitos.

                   —Primero tendrás que convencerme de que es una idea muy buena.

         Se sorprendió a  sí misma respondiendo en tono meloso. Elena no se lo podía creer: el comercial buenorro le estaba dando cancha. Pero contra lo que a ella le estaba pareciendo, Miguel se acomodó en el asiento y empezó a hablar como un sacamuelas.

                   —Deberías regalarle una impresora 3D. Es un juguete moderno con el que podrá jugar a las construcciones pero sintiéndose como si fuera un científico o un inventor.



         Miguel hablaba con entusiasmo. Le contó que él mismo tenía una y que había una asociación de makers que se reunían y hacían proyectos juntos. Lo mejor era que eso tenía pinta de ocupar muuuucho tiempo. Justo lo que ella necesitaba. Apartó del todo su idea de echar una canita al aire con aquel chaval y le compró su propuesta de la impresora. Al parecer, Miguel estaba tan contento con el tema que se le olvidó pedir el precio que había insinuado al principio.

         Unos cuantos días después un mensajero trajo un porrón de cajas y Elena pudo comprobar, una vez más, que era una genia: Mauricio se había prendado de la maquinita al momento y le dedicaba un montón de tiempo. Quedaba con sus amigos de la asociación y se pasaba la vida imprimiendo figuritas cada vez más elaboradas. Así que en su casa volvía a haber silencio, y también un montón de muñecos de plástico por todas partes. Por fin pudo dedicarle al yoga el tiempo que ella quería. Y la última ballena de plástico que le había regalado era graciosa así que la cosa iba bien.

         Pero entonces pasó lo más terrible del mundo, según Mauricio: internet había dejado de funcionar, y eso frustraba los planes del hombre de chatear con sus socios sobre sus últimos logros con la maquinita. Por desgracia eso trajo un torrente de nuevos gritos y bufidos. Elena no podía más, así que cogió un té y se bajó a casa de Griselda. En casa de su amiga siempre pasaban cosas divertidas.

                   —Hola, ¿algún día me dejarás que te invite yo a un té o piensas traerlo siempre de tu casa?

                   —No me hables, que Mauricio ya estaba echando de menos gritar por teléfono y lleva un día…

                   —Ya le he oído. Internet ¿no?

                   —¿Tan fuerte grita?

         Griselda se sentó a su lado.

                   —Demasiado fuerte. Yo también estoy harta de oírle.

         Las dos mujeres se dedicaron una mirada de comprensión antes de sentarse a tomar el té en el sofá.

                   —Lo siento. La verdad es que la impresora estaba entreteniéndole mucho, pero al fastidiarse internet ha vuelto a explotar.

                   —No te preocupes, cualquier día le acabará dando un soponcio por ponerse como se pone. Tú no tienes la culpa.

         A Elena había algo que la estaba sonando muy raro. Había algo en la mirada de su amiga que la estaba poniendo nerviosa ¿Qué ocultaba Griselda? Miró al techo, donde unas semanas antes había una mancha de humedad que las había llevado a la dimensión extraña, pero la mancha no estaba.

                   —¿Al final concluiste que fue lo que pasó con nuestro “viaje” a la dimensión desconocida?

                   —Ni idea, Elena. No ha vuelto a pasar nada.

                   —Fue divertido.

                   —Fue terrible. Pero no te preocupes que no va a volver a pasar. Ven, tengo algo que enseñarte.

         Elena la siguió, entre curiosa y mosqueada. Había algo que no terminaba de gustarle, pero no sabía qué. Su amiga estaba como siempre, pero había algo diferente que no era capaz de identificar, algo que no la gustaba nada y que solo lo advertía por una extraña intuición.

                   —Elena ¿ves la gotera que tengo en el techo?

         Miró a donde Griselda señalaba, y en efecto, una enorme mancha coronaba la mitad del techo del dormitorio.

                   —¡Venga ya! ¡Ninguna tubería pasa por ahí! Pero bueno, de todos modos no te preocupes que pediré a Mauricio que llame al seguro. Con lo que grita por teléfono, antes del lunes lo tienes arreglado.

         Griselda sonreía maliciosamente cuando Elena volvió a mirarla. Era una sonrisa realmente aterradora.

                   —No necesito que llames a ningún seguro, querida. Vas a venir conmigo a la otra dimensión a arreglarla, como la otra vez.

                   —¿En serio crees que hay otra dimensión? ¿La dimensión de las goteras?

         Definitivamente su vecina se había vuelto majara. Además, la otra vez la mancha del techo las había absorbido sin más ¿Cómo se suponía que iban a volver a ir a ese lugar?

                   —No te preocupes, Elena. La dimensión Orofí es mi segundo hogar.

         Diciendo esto agarró a su amiga y la hizo sentarse en la cama, sentándose a su lado. Elena se estaba asustando de verdad. Griselda se había vuelto tarumba del todo.. Ni siquiera estaba segura de lo que había ocurrido la otra vez, pero recordaba que Griselda estaba muerta de miedo todo el tiempo que pasaron en el otro lado.

                   —¿Dimensión Orofí?

         Un haz de luz salió de la mancha, como la otra vez. En tres segundos ambas habían pasado por el remolino iridiscente y habían llegado al extraño desván, que seguía tan vacío como la otra vez. La misma fuente presidía la sala, y aquel fluido pestilente seguía manando de ella. Elena buscó el extintor con la mirada: si estaban allí de nuevo, podían volver como la otra vez. Pero esta vez no había extintor, así que se giró para mirar a su amiga a la cara.

         Lo que vio la dejó sin habla.

         La piel de la cara de Griselda colgaba en jirones de su calavera de un blanco insultante. A Elena le recorrió un escalofrío,  y algo dentro de su estómago protestó en forma de náusea.

                   —Griselda…—logró decir en un susurro, mientras daba pequeños pasos hacia atrás.

                   —Tranquila Elena, soy yo. Hoy no hay extintor, porque el conjuro está completo. La fuente que fue rosada volvió a ser gris y el brillo del silencio lo cubre todo. No hace falta que regresemos, aquí seremos felices, mientras llega la fundadora…

                   —¿Qué fundadora? ¿La fundadora de qué? Me estás asustando.

         Asustando era un eufemismo, Elena estaba realmente muerta de miedo.

                   —La Gran Diosa Gamba Sagrada Cósmica Intergaláctica.

         Los ojos de Griselda no eran humanos. Su voz no era humana tampoco. Algo muy retorcido estaba ocurriendo y el miedo de Elena estaba atenazando su cerebro y no la dejaba pensar con claridad. Lo único que sabía a ciencia cierta era que Griselda estaba loca y que tenía que salir de allí como fuera. Siguió alejándose de ella mientras buscaba con la mirada cualquier cosa que pudiera servirle para escapar, pero el vacío más absoluto lo cubría todo. Griselda se estaba acercando cada vez más…Sabía que la iba a matar ¿la iba a matar? No podía creerlo pero tenía toda la pinta, había visto suficientes películas para saber que eso era lo que ocurriría.

         Siguió reculando, pero trastabilló y cayó al suelo. Algo dentro de su bolsillo trasero la hizo daño en el ídem. “¿Qué es esto?”, pensó mientras echaba la mano a la dolorida nalga. Una pequeña ballena de plástico azul era lo que se le había clavado al caer. “Puta ballena del idiota de Mauricio”, mientras esta frase se construía en su pensamiento, una idea se le cruzó por delante como un rayo.

.


         Blandió la pequeña ballena ante los ojos muertos de su amiga. ¿Qué esperaba que pasara? Griselda no era un vampiro y aquel muñeco no era una estaca. No pasó nada, por supuesto. ¿O sí?

         La mirada muerta de Griselda se clavó en la figurita que Elena sostenía, cuando estuvo lo bastante cerca como para distinguir lo que era.

                   —Así que estás de parte de la Maliciosa Ballena Azul Interdimensional…

         No entendía nada, pero tenía que seguirle el rollo al espectro que tenía delante.

                   —Mauriciosa Ballena Azul te maldice ahora y me sacará de esta dimensión sin un rasguño. ¡Póstrate ante ella!

         No se lo podía creer, pero en los ojos de Griselda vio estupor, justo antes de que un resplandor azul emanara de la pequeña figura y bañara con su luz todo el desván. La fuente empezó a manar una espuma también azul, que rápidamente lo cubrió todo con un siseo. El suelo se resquebrajó y cayó con estrépito sobre la cama de su amiga.

         La extraña voz de la que fue su amiga le llegaba lejana, pero no esperó a oírla con más claridad. Se incorporó y salió corriendo todo lo deprisa que sus aterradas piernas le permitieron. Al llegar a la puerta la voz era más alta y más clara. Además estaba más enfurecida. Abrió y subió corriendo las escaleras. Justo en ese momento Mauricio salía de casa. Le empujó en su carrera y cerró la puerta tras ella. El hombre se asustó al ver a Elena en semejante estado de pánico.

                   —¿Qué te pasa Elena?

         Intento abrazarla y acompañarla dentro, pero ella le llevó hacia la biblioteca, donde estaba la impresora. Al llegar vio un resplandor en el carrete de PLA. Estaba a salvo.


Este relato está enmarcado en el reto de escritura #Origireto2020 organizado por Kat y Stiby. Podeis consultar las bases y apuntaros en sus blogs clickando aquí  o aquí

OBJETIVO PERSONAL:
 El objetivo personal que me propuse a principios de año era el de escribir seis relatos extra, enlazando relatos del origireto2019 y escondiendo en cada uno 2 objetos del origireto2020

Este relato es el segundo de los seis ( no sé si llegaré a seis, la verdad).
Está enlazado con La Fuga, relato de Abril del Origireto2019.
He elegido este relato porque se quedó todo muy benévolo y tenía ganas de darle un giro hacia el terror. No sé si lo habré logrado.

Objetos ocultos: 4: ballena  y 15: una gamba.

Además: milpalabrista (2008 palabras), 

Gracias por leer hasta aquí.

Déjame tu comentario para saber si este relato te ha gustado o no. Prometo contestar.

domingo, 11 de octubre de 2020

ENDÉMICO

 

ENDÉMICO

         Por suerte en mi ciudad se ha celebrado la feria que más espero durante todo el año: la feria del libro. Debido a la situación pandémica que nos envuelve con el aforo limitado, control de accesos y todas las medidas higiénicas para garantizar la seguridad sanitaria de expositores y visitantes ha sido, sin duda, una feria del libro estupenda. Egoístamente he de reconocer que la he disfrutado mucho porque he podido ver con detalle todas las novedades, he podido conversar con autores y editores y he podido adquirir algunas joyas para mi colección.

         Entre ellas quiero hablaros del libro que acabo de terminar de leer. No conocía  a la autora, Ángela Pinaud, sin embargo unos amigos que se encontraban en la caseta de Apache Libros me lo sugirieron y decidí traérmelo a casa.



         Endémico es una novela de terror de las que dan miedo de verdad. Ángela Pinaud ha sabido manejar  muy bien a sus protagonistas, Gael y Anastasia, a través de una trama trepidante que incluye todos los elementos de las historias de este género. Desde el principio la intriga nos hace querer saber qué hace un exorcista del Vaticano en uno de los pueblos perdidos de la España profunda, donde el silencio es la ley y donde casi nada es lo que parece. Un pueblo marcado por una terrible tragedia que diezmó a sus habitantes y que los llevó por unos derroteros que no eres capaz de imaginar.

         Para acompañar al lector en esta historia de maldiciones y suicidios que no son tales aparece Anastasia, una joven periodista que haciendo un guiño a Bugs Bunny trata de sacar a Gael de su esencia de personaje Bukowskiano para poder resolver el conflicto, que parece tener relación  con el hecho que le llevó a ese pueblo diez años atrás. La historia incluye desde exorcismos hasta muertos vivientes sin estridencias, y con un homenaje al maestro Lovecraft. El Necronomicón  se sitúa en el centro de la trama para llevarnos de horror en horror a través de casi doscientas páginas.

         Si hay algo que destacaría de esta novela es el desasosiego en el que te sumerge desde el principio, que no te permite dejar de leer hasta un final que podría ser un nuevo principio.



         Personalmente he disfrutado mucho de esta historia, que me trae recuerdos de grandes clásicos como El exorcista o El Club Dumas. Sin duda recomiendo su lectura a todos aquellos que busquen una novela de terror con cinismo, misterio, cierta elegancia y giros inesperados que os llevarán en volandas hasta un final que tampoco es lo que parece y que te dejará con más preguntas que respuestas.

         Un final que te hace desear que Ángela Pinaud esté escribiendo ya la segunda parte, y que Apache esté preparado para sacarla la luz.



domingo, 4 de octubre de 2020

SUCESIÓN

 

SUCESIÓN

 

                   —¿Crees que las intimido?

                   —Majestad…

                   —Respóndeme con franqueza, Isabel.

                   —Majestad, su sola presencia las intimida. De eso no hay duda.

                   —Pero Isabel, ¿las intimida mi cargo o mi persona? Sé franca, por favor.

                   —Majestad, su cargo es su propia persona.

                   —Mírame Isabel.

         La reina agarró las manos de la doncella que llevaba ayudándola a vestirse durante los últimos cuarenta años y la colocó frente a ella. Isabel sostuvo su mirada sin insolencia.

                   —Mírame y dime lo que ves.

                   —Veo a mi reina.

                   —Isabel, llevas muchos años conmigo. No necesito todo este protocolo mientras me ayudas con los ropajes. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, ¿no crees?

                   —Así es, Majestad.

                   —A partir de ahora quiero que no vuelvas a dirigirte a mí como Majestad cuando estemos en privado.—Una sonrisa pícara asomó a los labios de la doncella y se reflejó a su vez en los ojos de la reina. A los dos segundos las dos mujeres reían a carcajadas.

                   —Mercedes, me vas a volver loca.—Logró articular Isabel entre risas.

         Ambas se sentaron en el regio lecho, exhaustas tras las risas.

                   —¿Sabes Isa? Estoy harta del corsé. Ni siquiera puedo reír a gusto.

                   —Yo también estoy harta. Me lo quitaré.

                   —¡Ojalá yo fuera tú! —La reina se levantó, atusándose la falda para recuperar su porte regio.—Me lo quitaría también. Pero me debo a mi reino: he de ser ejemplar.

                   —Ardua tarea.

                   —Y que lo digas.

 

(fotograma de la superproducción Glow&Darkness)

         Mientras las dos mujeres se preparaban para la recepción, en otra estancia del castillo el infante don Alonso canturreaba una triste canción, deseando que la feria de las futuras esposas pasara cuanto antes. No quería asistir, no quería una esposa y tampoco quería reinar. Sin embargo la ausencia de su hermano mayor y la falta de noticias desde que partió al frente hacían presagiar que ese sería su futuro. Desde luego su madre, la Reina Mercedes, lo tenía claro. Y por ello estaba preparándolo todo para que el futuro del reino de Polendis quedase garantizado. Además debía darse prisa, sentía que el guardián de la montaña podría despertar en cualquier momento. Era su deber como regente mantener el orden y garantizar la sucesión.

         Lo segundo creía haberlo solucionado hacía años, cuando dio a luz a sus dos hermosos hijos, tras dos embarazos sin contratiempos. Pero parecía que la cosa se había torcido. Con la muerte de su esposo el rey, su hijo mayor, Gonzalo, ocuparía el trono. Tenía garantizado un provechoso matrimonio con la princesa Sidi, del reino vecino. Pero unas estúpidas rencillas acabaron en una guerra que había dado al traste con el matrimonio y probablemente con la sucesión.

         Por suerte aún le quedaba Alonso. Debía casarlo cuanto antes y para no cometer el mismo error que con Gonzalo había decidido permitirle elegir esposa entre un buen montón de candidatas cuidadosamente elegidas. Alonso siempre había sido un muchacho retraído y nunca había mostrado interés por las jóvenes de su edad, por lo que Mercedes estaba seriamente preocupada. Y la actitud de su hijo era cada vez más cerrada, lo que desazonaba del todo a la reina.

         Sin embargo estaba convencida de que en la preciosa recepción que había organizado, invitando a lo más granado de todas las monarquías cercanas y también a potentados nobles de las comarcas más ricas que tenían hijas casaderas, Alonso terminaría por prendarse de alguna de las muchachas y el problema se resolvería. También estaban invitadas todas las jóvenes del reino que tuvieran alta cuna aunque estuvieran en la pobreza. Lo más complicado había sido seleccionar a las chicas. Para ello llevaba semanas aplicando su infalible método de enviar a sus doncellas más jóvenes a pasar unos días con las aspirantes. El sistema era sencillo: mientras convivían con las chicas en sus propias casas, debían colocar un guisante debajo de sus colchones, y asegurarse de que no eran capaces de dormir con semejante menudencia entorpeciendo su sueño. Solo así podría estar segura de que todas las invitadas a la recepción tenían sangre azul. Por suerte casi la mitad de las candidatas habían asegurado que no pudieron pegar ojo, por lo que la noche se presentaba realmente concurrida. Mercedes estaba esperanzada.

         La reina necesitaba pasarle el relevo de la corona a su descendencia para poder al fin disfrutar de su vida sin tener que medir cada palabra que decía y cada movimiento que hacía. Estaba segura de que ella se merecía poder disfrutar de la vida como cualquier otra persona, pero su sentido del deber podía más que su albedrío y por eso no haría nada sin dejar antes el reino en buenas manos. Y aunque Alonso no fuera un dechado de cualidades sociales, no tenía duda de que estaba sobradamente preparado para gobernar y llevar la paz y la prosperidad a sus súbditos. En realidad en ese sentido era mucho mejor opción que su hermano Gonzalo, tan agresivo e impulsivo. De cualquier modo, estaba segura de que su hijo podría mantener dormido al guardián. El volcán de la Isla no arrasaría con todo si se cumplía la historia que estaba escrita en las estrellas.

 

         Se abrieron las puertas del gran salón, que estaba repleto de jóvenes princesas vestidas con sus mejores galas, y el lacayo golpeó tres veces el suelo.

                   —Hace entrada su Majestad.

         Un silencio expectante lo invadió todo. Todas las miradas se giraron hacia la puerta y Mercedes hizo su solemne entrada. Con la cabeza erguida y la espalda tan recta que ni siquiera parecía humana, caminó hasta el trono.

         La música empezó a sonar cuando la monarca tomó asiento, mientras su doncella Isabel acomodaba su vestido alrededor del trono para que luciera impecable. El frus frus de vuelos llenó el ambiente, mientras las jóvenes comentaban como sería el príncipe heredero. No tuvieron que esperar mucho, puesto que a los pocos minutos tres golpes de bastón del lacayo anunciaron su entrada.

         El silencio volvió a hacerse mientras las miradas curiosas de las jóvenes buscaban a su pretendido. Alonso entró en el salón, de forma mucho menos solemne que su madre, pero luciendo un porte apuesto y cautivador. Aunque más de una princesa pudo ver que la mirada del joven estaba muy lejos de aquel baile. Alonso seguía cantando para sí la misma canción: “Cuando el día amanece triste y gris, burlándose de mi… silencioso en un tren sin dirección, así me siento yo…”

         Caminó hasta el trono, a rendir una reverencia a la reina, y a continuación ocupó su lugar en sillón contiguo.

                   —Hijo, creo que podrás encontrar alguna chica de tu agrado entre todas estas princesas.—Le susurró su madre mientras la música volvía a sonar.

         Alonso estaba seguro de que no sería así, pero no podía decírselo a nadie, y menos a la reina. Nunca lo entendería.

         Sonó una canción, y después otra y otra más, y Alonso no se levantaba para bailar con las damas, ante la impaciencia de su madre, que le instaba a hacerlo. Alonso estaba esperando su momento. Ya faltaba poco.

         De repente la tierra tembló bajo sus pies, haciendo que varios de los músicos, así como algunas de las jóvenes cayeran al suelo. Alonso alargó su mano buscando la seguridad de la de su madre. Sin embargo la reina estaba perdiendo la paciencia, y el temblor no había logrado siquiera cambiarle el rictus severo que a cada minuto era más acentuado. El joven la miró sin atreverse a decir nada. Esperaba encontrar cuanto menos sobresalto en la cara de su madre, pero ella clavó sus ojos en su hijo mientras nadie en el salón les prestaba atención, pues estaban ocupados en levantarse del suelo, preguntarse si estaban bien y recomponerse.

                   —Tu indiferencia lo ha despertado Alonso.

                   —¿A quién?

                   —Al guardián.

                   —¿A qué guardián, madre?

                   —A Murcus, el guardián del volcán que preside la isla.




         Alonso no podía creer las palabras de su madre. ¿De verdad ella creía en la vieja leyenda de que había un enorme Dragón viviendo bajo la montaña y alimentando el fuego del volcán? ¿Un dragón llamado Murcus que podía leer en los corazones de los habitantes del castillo y que velaba porque sucediera la historia tal y como estaba escrita en las estrellas? No podía ser.

                   —Madre, no me digas…

                   —Calla insensato. Lo has despertado, y solo los dioses saben lo que puede ocurrir ahora. Será mejor que elijas a una de las princesas, con un poco de suerte aún no es demasiado tarde para complacerle y dejar que la historia siga su curso.

                   —¿En serio, madre?—Dijo, paseando su mirada de su madre hasta Isabel y vuelta a su madre, quien pareció turbarse momentáneamente.

         Alonso no cabía en sí del asombro. No podía creer que su madre, su sensata madre, su serena e inteligente madre, capaz de gobernar un reino con mano firme y guardar un enorme secreto, estuviera a merced de semejantes supersticiones. Se levantó del sillón, momento en el que de nuevo las miradas se volvieron a clavar en su persona. La expectación era máxima.

                   —Oídme todas. Ninguna de vosotras será mi esposa.

         La tierra volvió a temblar, mientras de fondo empezaba a escucharse una especie de rugido. Las jóvenes empezaron a murmurar con desaprobación y sorpresa,  mientras miraban interrogantes a la reina madre. Pero Mercedes estaba atenazada por el miedo, rígida en su trono mientras esperaba a que se desatara el desastre.

                   —Ninguna de vosotras será mi esposa, aunque estoy seguro de que todas podríais desempeñar ese papel a la perfección.

         Esa frase pareció tranquilizar a las chicas. Al menos si no encontraba esposa entre todas ellas, no sería su culpa.

                   —Mi madre os ha convocado a todas para asegurarse de la continuidad de la corona más allá de su reinado. Sin embargo quiero tranquilizaros: la paz en el reino está en camino y no será necesario que ninguna de vosotras sacrifique sus sueños por casar conmigo. Sé que mi hermano es vuestro favorito…

                  El rugido cada vez era más nítido. Las serenas palabras de Alonso habían conseguido tranquilizar a las jóvenes, sin embargo el miedo a que el dragón despertara a la montaña crecía por momentos. La tierra volvió a temblar. Alonso levantó la voz.

                   —Tranquilas. Tranquila, madre. Murcus está de camino —ojos espantados y chillidos ahogados llenaron la sala— pero contrariamente a lo que todos creéis, él traerá la paz y la prosperidad.

         Una sombra oscureció la escasa luz que le quedaba a la tarde. Todos los ojos se volvieron a las cristaleras. Las jóvenes se abrazaban unas otras dominadas por el miedo, mientras Alonso levantaba sus manos intentando tranquilizarlas. La silueta gigante de la bestia se recortó al otro lado de las vidrieras coloreadas del salón del trono. La reina permanecía rígida y pálida. Alonso le hizo una seña a Isabel para que se acercara a ella y tomara su mano para tranquilizarla. Él tenía que ocuparse de que las doncellas no se asustasen del dragón. Su porte, su mirada y sus palabras habían calado en el nutrido grupo y todas ellas permanecían expectantes, confiando en el príncipe que tan seguro las había hablado.

         Por desgracia la discreción no era el punto fuerte de Murcus, que entró en el salón haciendo añicos las cristaleras. Caminó unos pocos pasos, los que su envergadura le permitieron, y dejó caer un fardo que traía en su lomo.

         Mercedes se desmayó. No podía ser. Mientras Isabel se ocupaba de la reina, Alonso se acercó al fardo. El silencio volvía a ser tenso, solo se oía la ronca respiración de Murcus. El bulto que había rodado por el suelo pareció moverse. Alonso se agachó a su lado.

                   —Gonzalo, levántate. Madre te ha preparado un fiesta de mujeres para que encuentres esposa y reines, como siempre quisiste hacer.

         El príncipe se levantó, aturdido, sujetándose a las manos de su hermano, que le llevó hasta el sillón junto al trono, donde su madre había vuelto en sí, pero respiraba fatigada.

         Alonso montó en el lomo de la bestia, y ambos se alejaron mientras el aire traía los ecos de la canción que el joven seguía cantando: “el silencio de la noche, me dice una vez más, que en algún lugar te tengo que encontrar.”

 


Este relato está enmarcado en el reto de escritura #Origireto2020 organizado por Kat y Stiby. Podeis consultar las bases y apuntaros en sus blogs clickando aquí  o aquí

OCTUBRE:
Objetivo 10: Crea una historia que involucre un volcán o cataclismo.
Cuentos y leyendas H: La princesa y el guisante.
Criaturas del camino X: Dragones.
Objetos ocultos: 21 Sangre Azul y 19 una canción. Y para más Inri, la canción es de la banda Sangre Azul, y si  la quereis escuchar lo podeis hacer en este enlace
Además: milpalabrista ( 2014 palabras), doble dragón por relato de fantasía, rosa insolente por protagonista femenina (de esto no estoy segura, porque tiene dos protas en realidad) pero estoy segura de que si que cuenta para Sororidad porque pasa el test de Bechdel, Triada por personajes LGTBI (leed entre líenas si no los habéis encontrado) y me apunto uno para giratiempo por publicar antes del día 10. Espero no dejarme nada.

Gracias por leer hasta aquí.

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