domingo, 12 de marzo de 2023

CLASE DE DISEÑO

 Esta entrada requiere una explicación, la encontrarás al final del todo. 

CLASE DE DISEÑO

Empresas (el palomar)

 

         Allí sentada, en un entorno totalmente desconocido, se sentía extraña pero de momento no se encontraba a disgusto.

         Estaba rodeada de desconocidos estudiantes, casi todos bastante aplicados en su tarea de tomar apuntes, persiguiendo las rapidísimas frases de una profesora que estimaba que su clase era una maratón de bolígrafos desbocados.

         Se paró a escuchar un momento la lejana y aguda voz de la profesora para descubrir algo que ya sabía: no entendía absolutamente nada de lo que aquella mujer estaba diciendo. Es más, se sorprendió de que nadie en el aula alzara la mano para resolver alguna duda, eso debía significar que aquella gente sí que entendía lo que la mujer de la tarima decía. Bueno, quizá  aquella pequeña mujer imponía demasiado respeto –rozando el miedo académico- entre sus discípulos, lo que les impedía preguntar nada. O tal vez fuera que la participación en clase estaba prohibida en aquella extraña asignatura.



         Alguien en el extremo de la fila de pupitres en la que estaba sentada –escribiendo tan aplicadamente como el resto, aunque cosas bien distintas- se sorprendió de su presencia allí e incluso se dirigió a ella para preguntarla la razón de que estuviera en una clase que, obviamente, no se correspondía con ninguna asignatura en la que estuviera matriculada, ya que ni siquiera pertenecía a esa carrera.

         Tras un breve e infructuoso diálogo de aceptación social dentro del aula –en el que los argumentos de ella no convencieron en absoluto a su interlocutor porque realmente no tenían lógica ninguna- volvió a levantar la mirada para observar lo que pasaba más allá de sus narices.

         Su mirada se cruzó con la de la profesora, despertando a un gusanillo que albergaba su estómago y que dormía gracias a la tranquilidad. Se sintió descubierta en aquel momento, pero el desdén que se desprendía de la mirada proveniente del extremo del aula le hizo desechar su temor. Aunque lo cierto es que solo había transcurrido media hora de aquella clase, que debía durar una hora y media, así que sería mejor no bajar la guardia, por si acaso.

         Guió su vista hasta la pizarra: nada se distinguía. Aquel rectángulo verde estaba lejos, al otro extremo de la clase, y aunque el sonido de la tiza sobre él delataba que algo estaba escrito, era técnicamente imposible descifrar cualquier cosa que fuera más allá de unas cuantas rayas blancas distribuidas de forma irregular y marcadas de un modo muy tenue.

         El silencio era sepulcral, y solo se interrumpía en las pequeñas pausas que la mujer hacía de vez en cuando, básicamente por sonidos de papel y murmullos, que delataban que ella (la chica) tenía razón: en realidad no toda la materia estaba tan clara como el silencio imperante parecía demostrar.

         Ya había transcurrido otro cuarto de hora. Apenas 45 minutos la separaban del final de aquella clase que, seguramente, pasaría a la historia de anécdotas estudiantiles para ser comentada posteriormente con las compañeras y compañeros. Empezaba a imaginar los posibles comentarios de quien compartía mesa con ella en esos momentos y que estaba al tanto de la situación de la chica. Pero la voz más bien monocorde de la profesora la devolvió a la realidad de la clase y se dio cuenta de que llevaba un buen rato sin escribir nada y no tenía precisamente el aspecto de alguien que  tomaba apuntes.

         Dio un par de vueltas al bolígrafo en la mano antes de volver a deslizarlo vertiginosamente por el folio en blanco. Aquello empezaba a convertirse en una prueba contra el reloj y contra ella misma. No se trataba de escribir una historia de una hora pero si una de una hora y media, y debía estructurar el tiempo para que aquella historia no quedarse a medias al finalizar la clase. Era la primera vez que hacía aquello y no sabía si repetiría la hazaña alguna vez.

         Pensaba esto cuando la profesora se ofuscó, repitió la frase: se había perdido en mitad del texto que estaba desarrollando en clase. Solo le faltaba una palabra de enlace, que había sido suficiente para extraer con pinzas una mal disimulada risilla nerviosa por parte del alumnado que allí se concentraba.

         La maldita palabra volvió a su lugar en la garganta de la profesora y la clase siguió su monótono y aburrido curso[1].

         Ella miró el reloj de nuevo solo para darse cuenta de los diez minutos más que habían transcurrido. Volvió a escuchar a la profesora y de golpe empezó a entender aquello de que hablaba: estaba tratando exactamente la misma materia que ella estudiaba en una de sus asignaturas, se sintió feliz de no estar tan perdida como le había parecido en un principio, aunque sabía de sobra que tampoco iba a durar mucho el tiempo en el que entendiera todo aquel galimatías, así que desconectó totalmente de la materia. De todos modos aquello no la interesaba ni lo más mínimo: ni era su carrera, ni una materia afín, ni siquiera se trataban contenidos que pudieran complementar de algún modo su formación académica. Así pues atender era del todo absurdo.

         Cruzó un par de palabras con la estudiante de su derecha, pero volvió al papel, donde se sentía mucho más segura, donde era realmente la dueña. Y se dejó llevar por el grácil movimiento de su mano sobre él. Aquella situación podía tener muchas lecturas, ciertamente:

·         Podía resultar cómica.

·         Podía resultar absurda.

·         ¿Podría resultar lógica? 

         Se propuso dar respuesta a esta última premisa cuando sonó la chicharra. El timbre señaló que una hora se había agotado ya. Bajo el sonido de aquel aviso la profesora parecía mascar chicle ante la clase: su voz no se oía en absoluto, pero eso la daba igual y ella seguía hablando y explicando, a pesar de la imposibilidad de los alumnos de seguir lo que decía en esos momentos.

         Ella deslizó la mirada de nuevo por el aula, como estaba en la última fila solamente veía espaldas, pero pudo adivinar las caras de desconcierto de los allí reunidos.

         Pronto el timbre dejó de sonar y los bolígrafos empezaron a moverse de nuevo.

         Ella volvió sobre la premisa que se había propuesto explicar sabiendo de antemano que no le iba a resultar difícil, porque aquella explicación ya había sido dada con anterioridad en el papel. De todos modos volvió sobre sus pasos –en ese caso sobre sus pensamientos- para dotar a la situación de algún sentido.

         ¿Cuál era la lógica de su estancia allí? Era muy sencillo. Simplemente estaba allí con el objetivo de escribir una historia de una hora y media. Una historia cuyo principio, desarrollo y final no fuera en absoluto como el resto de sus historias. En el fondo quizá solo era un experimento, una osadía, un desafío a la memoria fotográfica de la profesora que tenía delante, que, a quince minutos del final de la clase, no había descubierto la intromisión de una extraña en su aula.

         El objetivo se estaba alcanzando. El tiempo que restaba era mínimo y también la cantidad de texto por escribir era pequeña, así que se permitió el lujo de alzar la mirada sobre las cabezas de sus compañeros de tarde para desafiar de nuevo la de la profesora. No tenía nada que perder, de todos modos. Aquella profesora no podía suspenderla. Como mucho podía expulsarla de la clase y aquello no supondría ningún menoscabo en su hasta entonces limpio expediente académico así que mantuvo la mirada unos segundos.

         Casi lo había logrado. Había descubierto que aquella carrera que había estado a punto de hacer no concordaba en absoluto con ella y que no se había equivocado al escoger la otra opción. También había comprobado la impersonalidad de las clases universitarias. Gracias a esa impersonalidad y al desconocimiento mutuo entre profesores y alumnos llevaba casi una hora y media en un aula que no era de su facultad, ante una profesora a la que desconocía, escuchando una materia que no le importaba en absoluto y si, terminando de consumir aquella hora y media: concluyendo su historia, que no era otra que ésta que tú, lector, tienes entre las manos. La crónica de una hora y media ante lo desconocido y junto a los desconocidos. La crónica de una case a la que no pertenecía.

         El único relato programado que había escrito en su vida hasta el momento.

         El primer relato programado que he escrito en mi vida.

                                      FIN    

P.D.: Es una experiencia curiosa. Tal vez se repita. La hora se ha agotado.

 

 

20:30 tarde

aula 25 alias “el palomar”

Colegio Universitario Domingo de Soto, Facultad de Empresariales, Segovia.

Peña Cid García, 21 años, estudiante de cuarto de Publicidad y Relaciones Públicas.


La explicación prometida es que si, me colé en una clase que no era la mía para ver que tal pinta tenía la carrera que estuve a punto de cursar. Era un experimento, además de comprobar qué sentía, me propuse escribir un relato, pero como resultó que no llevaba nada en la cabeza (tal vez serrín) pues tuve que improvisar cualquier cosa. 

Si lo publico ahora es para poder comparar como escribía y como escribo y también para sentir que escribir, siempre mereció la pena.



[1] curioso juego de palabras.