sábado, 30 de diciembre de 2017

VIVIR LA VIDA

A veces hay que parar el ritmo frenético de la vida para poder vivir. Hay que sentarse en silencio para escucharnos por dentro. Para poder atender a nuestras ideas, a nuestros deseos y necesidades. Cuando el ritmo de la ruidosa vida que hacemos nuestra nos engulle con su garganta áspera y llena de prisa, cuando no da tiempo a pensar porque hay que actuar, cuando la vida va tan deprisa que ni respirar te deja, hay que parar. Hay que recapitular, hacer acopio de valor y mirar atrás, revisar todo lo vivido voluntaria e involuntariamente y sopesar si merece la pena seguir adelante con la inconsciencia que el movimiento nos impone. Y es entonces cuando te das cuenta de que vivir atropelladamente te ha llevado a dejar en la cuneta tus ilusiones mas diminutas, esas que hacen que las pequeñas cosas tengan el valor que siempre tuvieron, aunque no les prestásemos atención. Te das cuenta de que has hipotecado tu sonrisa a ciertas convenciones sociales que en el fondo te importan un bledo. Te das cuenta de que ni tu familia, ni tus amigos, ni tu trabajo si tienes la suerte de tenerlo te necesitan tanto como te necesitas a ti mismo. Es entonces cuando ves que te has olvidado de lo realmente importante, y que lo realmente importante es vivir. Vivir la vida que siempre quisiste, perseguir tu sueño imposible además de alcanzar todos los sueños posibles que la apisonadora de la rutina redujo a la nada. Sonreir cuando te apetezca sin que te importe a quien le importe. Reirte de ti mismo y poner en valor la maquinaria que te hace estar vivo: los sentimientos.


                Te das cuenta de que quizá es mas importante apartarte un momento y llorar cuatro lágrimas que todos los The Show must go on del mundo. Que quizá es mas importante devolver una sonrisa al espejo por la mañana, cuando tu reflejo te mira con cara de sueño. Que tal vez sea también tu sonrisa tu mejor arma a la hora de luchar contra el desánimo y la desesperanza. Y que después de todo, ese desánimo y esa desesperanza no son mas que vestigios de un sentimiento de culpa que el sistema te ha querido instalar en el cerebro y en el corazón por no ser suficientemente competitivo social y económicamente. Un sentimiento que atañe directamente a lo que has sido capaz de conseguir en la vida pero teniendo en cuenta solamente aquello cuyo valor se puede medir en dinero. Y cuando paras un momento y lo ves te das cuenta de que todo eso que se mide en dinero no es la vida realmente. Que tienes los bolsillos llenos y el corazón vacío y que eso te ha llevado a sentir frustraciones irreales. Y que esas frustraciones irreales y materiales te han llevado a perseguir el ruido de una vida que no se vive a flor de piel sino dentro de la máquina económica del sistema que te anula.
                Por eso es importante parar un momento. Parar, tomar aire, y volver a la vida. A una vida que realmente tenga sentido ser vivida. A una vida que merezca la pena ser sentida.