A veces hay que parar el ritmo frenético de la vida para
poder vivir. Hay que sentarse en silencio para escucharnos por dentro. Para
poder atender a nuestras ideas, a nuestros deseos y necesidades. Cuando el
ritmo de la ruidosa vida que hacemos nuestra nos engulle con su garganta áspera
y llena de prisa, cuando no da tiempo a pensar porque hay que actuar, cuando la
vida va tan deprisa que ni respirar te deja, hay que parar. Hay que
recapitular, hacer acopio de valor y mirar atrás, revisar todo lo vivido voluntaria
e involuntariamente y sopesar si merece la pena seguir adelante con la
inconsciencia que el movimiento nos impone. Y es entonces cuando te das cuenta
de que vivir atropelladamente te ha llevado a dejar en la cuneta tus ilusiones
mas diminutas, esas que hacen que las pequeñas cosas tengan el valor que
siempre tuvieron, aunque no les prestásemos atención. Te das cuenta de que has
hipotecado tu sonrisa a ciertas convenciones sociales que en el fondo te
importan un bledo. Te das cuenta de que ni tu familia, ni tus amigos, ni tu
trabajo si tienes la suerte de tenerlo te necesitan tanto como te necesitas a
ti mismo. Es entonces cuando ves que te has olvidado de lo realmente
importante, y que lo realmente importante es vivir. Vivir la vida que siempre
quisiste, perseguir tu sueño imposible además de alcanzar todos los sueños
posibles que la apisonadora de la rutina redujo a la nada. Sonreir cuando te
apetezca sin que te importe a quien le importe. Reirte de ti mismo y poner en
valor la maquinaria que te hace estar vivo: los sentimientos.
Te das
cuenta de que quizá es mas importante apartarte un momento y llorar cuatro
lágrimas que todos los The Show must go on del mundo. Que quizá es mas
importante devolver una sonrisa al espejo por la mañana, cuando tu reflejo te
mira con cara de sueño. Que tal vez sea también tu sonrisa tu mejor arma a la
hora de luchar contra el desánimo y la desesperanza. Y que después de todo, ese
desánimo y esa desesperanza no son mas que vestigios de un sentimiento de culpa
que el sistema te ha querido instalar en el cerebro y en el corazón por no ser
suficientemente competitivo social y económicamente. Un sentimiento que atañe
directamente a lo que has sido capaz de conseguir en la vida pero teniendo en
cuenta solamente aquello cuyo valor se puede medir en dinero. Y cuando paras un
momento y lo ves te das cuenta de que todo eso que se mide en dinero no es la
vida realmente. Que tienes los bolsillos llenos y el corazón vacío y que eso te
ha llevado a sentir frustraciones irreales. Y que esas frustraciones irreales y
materiales te han llevado a perseguir el ruido de una vida que no se vive a
flor de piel sino dentro de la máquina económica del sistema que te anula.
Por eso
es importante parar un momento. Parar, tomar aire, y volver a la vida. A una
vida que realmente tenga sentido ser vivida. A una vida que merezca la pena ser
sentida.
Cuanta razón tienes y qué bien lo dices. Te quiero infinito amiga :)
ResponderEliminarLo peor de todo es que a veces para darnos cuenta, la vida nos da un bofetón que nos despierta de repente.
ResponderEliminarPor cierto..."corazón vacío", no vació, el corrector ortográfico te ha jugado una mala pasada.
Gracias por la correción, no la vi.
ResponderEliminarEs cierto que a veces la vida te espabila del peor modo, por eso es tan importante parar de vez en cuando e intentar valorar la vida para tomar decisiones en consecuencia. Aunque a menudo no encontremos el momento de hacerlo.
Debemos vivir mas.