domingo, 27 de septiembre de 2020

COVID-19

No quería publicar esto para no caer en el tópico, pero creo que lo mejor es que lo deje salir. Han pasado muchas cosas desde que lo escribí el 22 de abril y sin embargo, tan pocas soluciones... 


COVID-19     

         La cabeza me bulle en mil ideas inconexas. Opiniones acerca de informaciones que no se si son veraces o no, puesto que no podemos fiarnos de las fuentes oficiales. Lo único cierto que sabemos es que esas fuentes nos mienten y no tenemos forma de saber cuáles del resto de las miles de informaciones que nos llegan son ciertas ni en qué grado lo son.

         El gobierno está demostrando que el sistema no funciona. Creo que era algo que todos, a pie de calle, sabíamos, pero ahora se está poniendo de manifiesto de forma estrepitosa. El sistema no funciona y se ve en cada rueda de prensa que ofrecen. Todas son interminables, repletas de circunloquios expositivos vacíos de las soluciones que tanto necesitamos. Soluciones que no llegan. Que cuando lo hacen no se adecúan a las necesidades reales de nuestra sociedad. Soluciones que lo único que hacen es complicarnos la vida a todos y mucho. Porque el desastre económico que se nos viene encima es monumental, pero la catástrofe social, humana, que estamos viviendo, con un número de muertos que ni siquiera nos permiten saber cuál es, con un número de enfermos que tampoco nos dejan saber cual es… sin saber las consecuencias médicas reales que van  a sufrir los que lo han superado, pero además sin poder medir ni poner coto al inmenso dolor que estamos sufriendo ya todos, viendo como mueren personas mayores a montones, y no tan mayores… y que ni siquiera nos permiten despedirnos para poder pasar nuestro duelo particular. Atados de pies y manos. Encerrados en nuestras casas, de las que podemos salir por motivos que han elegido aleatoriamente, como quien puede o no ir a trabajar. Sin que nos proporcionen medidas de seguridad.

         La desesperación de millones de personas que no sabe cuándo podrá cobrar para hacer frente a los impuestos que no nos han aplazado ni suprimido… además de, obviamente, para hacer frente al pago de hipotecas y alquileres y por supuesto para poder comer…

         La desesperación del que su única certidumbre es saber que no tendrá un puesto de trabajo al que volver. La de los que están seguros que no podrán poner en marcha de nuevo sus pequeños negocios…

         El sufrimiento que están causando de manera gratuita a tantas personas que podrían salir ya a la calle porque están inmunizadas,  o porque a la calle a la que van a salir es el campo, donde no se cruzarán con nadie, o porque el pueblo en el que viven son pocos vecinos y ninguno de ellos está infectado.

         El sufrimiento a esos abuelos que no pueden estar con sus nietos, a esos nietos que no pueden ver el cielo en una etapa de su vida en la que necesitan correr y que les dé el sol… El de los enfermos que necesitan caminar pero están enjaulados en pisos de muy pocos metros cuadrados…

         El estado mental de todos los que vemos que pasan los días, uno detrás de otro y las soluciones no llegan, y las medidas siguen siendo aleatorias, y las preguntas cada vez son más mientras las respuestas cada vez son menos. De los que a diario vemos que la improvisación y el despropósito están al mando mientras el sentido común ha desaparecido. De los que vemos ejemplos de intentar solucionarlo fuera de nuestras fronteras pero ninguna intención clara de atajarlo de forma eficaz dentro de ellas. El estado mental de los que somos prisioneros de esta guerra en la que no va a ganar nadie porque ni siquiera hay bandos.

         Todas esas consecuencias que irán llegando, que algunas ya están aquí y que pagaremos como siempre los de siempre: los más débiles.

         Todo esto que nos sume en la desesperanza y la frustración… y que cuando nos paramos a pensar concluimos que quizá es lo que los poderes quieren: que estemos abatidos, enfermos, empobrecidos y frustrados para así poder mantener sus exagerados privilegios sin que la masa trabajadora, la clase media-baja, los que nos partimos el lomo a diario para acabar engordando sus arcas tengamos fuerzas ni ganas para protestar, para alzar la voz y pedir que el sistema cambie.

         Cuando llegamos a este tipo de conclusiones es cuando obtenemos alguna certidumbre y no precisamente esperanzadora sino todo lo contrario. Llegamos a la certidumbre de que saldremos de ésta, como salimos de todas: heridos, abatidos y vivos de milagro. Y solo nos va a quedar intentar sobreponernos para poder dar un paso más…

lunes, 21 de septiembre de 2020

EL FARO

 

EL FARO

         Volvía de nuevo. Como todas las noches. No podía evitarlo. Había algo en aquel faro que la atraía como un imán. No sabía lo que era, pero día tras día acudía a su cita con aquel edificio que, aunque seguía funcionando, había perdido su razón de ser. Su madre le había contado mil historias que su abuela a su vez le había contado a ella. Historias que hablaban de un abuelo que murió joven en aquellos acantilados que ahora tiraban de su ser hacía sus bordes.

         Hacía al menos cien años que el océano había retrocedido debido al movimiento de las placas tectónicas, auspiciado por los terremotos submarinos que cambiaron el rostro del planeta por causa de la guerra nuclear. Así que el faro de Bernardette se encontraba a más de treinta kilómetros de la costa más cercana. Aún así, su luz seguía iluminando absurdamente el paisaje noche tras noche. Y noche tras noche Carmen recorría el sendero que llevaba a la atalaya, aunque con la llegada del alba nunca era capaz de explicar qué había ido a hacer allí.

         Aquel día decidió levantarse temprano y acudir al faro por la mañana. Necesitaba encontrar la razón por la que el faro de Bernardette le atraía de aquel modo tan extraño. Y necesitaba verlo claro y a la luz del día, puesto que a menudo los recuerdos de las noches en que lo visitaba se volvían vagas nebulosas en su cerebro.



         Caminaba nerviosa, esperando encontrar las causas de su inquietud frente a sus ojos, pero según se acercaba a la edificación un rumor de olas llegó a sus oídos. No podía ser. El mar quedaba demasiado lejos de allí. Miró hacia arriba: la luz del faro estaba encendida a pesar de ser de día. Eso indicaba que nadie se estaba ocupando de su funcionamiento. De hecho en el pueblo se decía que aquel faro estaba maldito, y que su luz era la luz del mismo diablo. Sin embargo Carmen sintió como el rumor de las olas le tranquilizaba mientras se acercaba cada vez más. Se paró por un momento en el camino. Un impulso inexplicable le llevó a salirse de la senda para caminar campo a través por el pedregoso terreno plagado de irregularidades. Debía tener cuidado para no tropezar o dar una mala pisada, estaba demasiado lejos del pueblo y casi nadie solía pasear por allí, hasta donde ella sabía. Si se caía podría tardar días en recibir ayuda.

         Sin embargo su curiosidad crecía con cada paso. El rumor de las inexistentes olas parecía traerle unas voces casi inaudibles que dirigían sus pasos hacia un lateral del imponente faro. De día la edificación causaba verdadero respeto: era mucho más grande de lo que parecía por la noche. Entonces lo vio: bajando por una especie de escaleras naturales talladas en la propia roca, aparecía un nuevo camino. Carmen sin dudarlo lo bajó, extremando el cuidado, pero sin ningún miedo. Sentía como si de verdad allí fuera a encontrar el destino último de su vida. Como si su última meta estuviera allí, esperándola. Con cada paso que daba descendiendo por aquella escalera retorcida al pie del faro, sentía como las voces subían de volumen en su cabeza. Cada vez eran más intensas y nítidas. Cuando alcanzó a entender lo que decían la sangre se le heló en las venas. No podía ser. Aquellas voces la llamaban directamente a ella. Aquellas voces la estaban llamando. Dentro de su corazón sabía que aquella palabra solo se podía dirigir a su persona… y sin embargo, no podía ser. Aquellas voces infantiles llamaban claramente a su mamá.

         Siguió bajando la interminable escalera hasta el fondo de lo que hace años fuera un imponente acantilado. Al llegar abajo un pequeño muro delimitaba un semicírculo contra la pared rocosa: estaba atrapada. Para salir de allí solamente podía subir por donde había bajado. Sin embargo las voces eran más claras e intensas allí. Parecían venir de la propia pared. Miro con detenimiento cada grieta y cada saliente, sin encontrar nada. Pasó la mano por la roca, y una fina capa de polvo empezó a caer a sus pies, como si el tiempo hubiera cubierto con aquella pátina una antigua puerta de madera raída. Las voces se intensificaron. La urgencia de sus llamadas a mamá se agudizó. Allí había atrapados varios niños, estaba claro. Su corazón latía a un ritmo frenético mientras frotaba la roca con las manos intentando descubrir por completo la puerta, buscando la forma de abrirla para liberar a sus hijos. A esos hijos que nunca había tenido pero que la estaban llamando a ella, porque estaba segura de que era a ella a quien llamaban en su desesperación.

         La vieja puerta se fue descubriendo hasta quedar por completo expuesta. No vio más que un pomo oxidado y el ojo de una cerradura antigua.

                   —No os preocupéis pequeños, mamá está aquí ¿Si? Ya he llegado.

         De pronto las voces callaron. Carmen se asustó por primera vez desde que se salió del sendero.

                   —¿Porqué os calláis, niños? Mamá os va a sacar de ahí.

         Sentía que debía darse prisa, que a sus recién encontrados hijos se los estaba acabando el tiempo. Sentía como su instinto maternal le urgía a sacarlos de aquel cautiverio y abrazarles y tranquilizarles como solo una madre puede hacer.

         Manoteó por toda la puerta, intentando encontrar la forma de abrirla. Sus nervios se estaban afilando tanto que en cualquier momento podrían cortar sus entrañas como si fueran un bisturí. Miró hacia arriba pidiéndole ayuda al cielo para poder liberarlos antes de que fuera demasiado tarde, pero eso no la tranquilizó en absoluto, puesto que pudo ver como el haz de luz que proyectaba el faro parpadeaba como si se estuviera fundiendo. Eso no era bueno, nada bueno. Ella lo sabía. Pero eso no fue todo. El rumor de las olas volvía a oírse, cada vez más cercano. Al bajar la mirada vio como el agua estaba a punto de mojarle los pies. De un instintivo salto se subió al primer escalón de la escalera, con la intención de no mojarse. Desde allí siguió buscando la forma de abrir aquella condenada puerta. Las voces volvieron a repetir su llamada: ¡Mamá! ¡Mamá! Su corazón estaba desbordado por la angustia que sentía al saber a su progenie atrapada en aquella cueva, mientras el nivel del mar iba subiendo. Un pequeño cangrejo arrastrado por las olas  salió del agua para atravesar la puerta por el pequeño hueco que dejaba una tabla rota, abajo del todo. 

         Se agachó para intentar mirar por el agujero, que le había pasado desapercibido, pero el ligero romper de las pequeñas olas le mojó la cara y le llenó los ojos de sal. No pudo ver nada y tuvo que erguirse de nuevo, aturdida, enfadada y sintiéndose estúpida por no haberse dado cuenta de que el nivel del agua subía demasiado deprisa. De hecho las incesantes olas tapaban ya la parte inferior de la puerta. Los niños seguían llamándola asustados. Podía sentir como su raciocinio se resquebrajaba mientras la luz del faro parpadeaba como una vieja bombilla al final de su vida. Algo la decía que el faro no debía apagarse, que el faro podía salvar a sus pequeños.

         Sintió un cosquilleo en su tobillo y cuando lo sacudió, una pequeña gamba huyó por debajo de su pantalón.

         Un momento: todo aquello no podía ser. El mar estaba a más de treinta kilómetros. “Venga Carmen, que te estás mojando los pies. ¿No puedes creer lo que ves?” Su cerebro intentó traerla a la realidad en un último intento de salvar su cordura, pero las voces de sus hijos cesaron de pronto. Ella interrumpió su  movimiento: necesitaba oír cualquier ruido que le dijera que los niños estaban bien. De pronto una aguda voz de las que habían estado clamando por su presencia, resonó claramente en su cerebro:

                   —Mamá, enséñanos tu anillo por la cerradura. Si eres tú te abriremos la puerta.

         Su anillo. El anillo de su madre que portaba en su mano desde hacía más de 30 años. El anillo que su madre le había legado mientras le advertía que no debía perderlo porque era su posesión más valiosa. El anillo que según su madre perteneció a su abuelo, al que nunca había conocido. Sin duda aquellos eran hijos suyos, no podía ser de otro modo.

         Sin pensárselo dos veces acercó la mano a la cerradura, con el desasosiego que le producía el no estar segura de si los niños lo reconocerían y le abrirían la puerta. Su corazón necesitaba abrazarlos ya, sus latidos atronaban en su cabeza.

         Con un crujido la puerta se abrió, dando paso a una oscuridad húmeda que la envolvió al instante. Esperaba sentir una especie de calor por la cercanía de sus hijos. Sin embargo, mientras el nivel del agua subía por sus piernas implacable, sintió como un ser velado y húmedo rozaba su cara.

                   —¿Niños? Soy mamá.

         El eco de la cueva le devolvió sus propias palabras, envueltas en un frío gélido que casi podía sentir como laceraba su piel. Las voces de los niños volvieron a escucharse una vez más, al fondo de la cueva. Seguían llamándola. Así que Carmen se adentró en la gruta en pos de ellos. Necesitaba sacarlos de allí. El agua seguía subiendo. Si no salían pronto de allí, se ahogarían. Nunca podría perdonarse no haberlos salvado. No podría seguir viviendo con semejante losa sobre su conciencia. Caminó en la oscuridad hasta llegar a una estancia irregular a la que un haz de luz iluminaba pobremente. La cueva parecía no tener fin. La voz de los niños seguía resonando en sus oídos, arrancando girones de su cordura ante la impotencia de no poder encontrarlos. Miró en derredor esperando encontrar alguna huella, algún signo de que estaban allí. El agua del mar se movía a sus pies. Pequeñas criaturas marinas jugueteaban alrededor suyo. Su mirada se detuvo de nuevo en un cangrejo, segura de que era el mismo que la había descubierto la cueva. Mientras lo miraba vio como crecía y se ponía de pié. Sus tenazas se transformaron en dos gráciles brazos y sus antenas dejaron paso a una cabellera morena que enmarcaba un rostro hermoso.

         Sus cerebro no podía creer lo que estaba viendo. No tenía tiempo para esas fantasías. Tenía que encontrar a los niños y salir de allí cuanto antes.

                   —Soy Metis.

         No podía ser. Aquella aparición fantástica la estaba hablando. La reina de los mares se erguía ante ella.

                   —No soy ninguna reina, solo soy una ninfa del océano.

                   —El océano está a treinta kilómetros por lo menos. No sé que está pasando, pero rescataré a mis niños y me iré. No te molestaré más.

                   —El océano te está mojando los pies ¿no lo ves?

         Algo volvió a crujir en su cerebro. Los engranajes que lo hacían funcionar se estaban desencajando. No podía fiarse de sus sentidos. No podía fiarse de su corazón.                      

                   —Dame la mano, Carmen. Has llegado a tu destino.

         Le dio la mano. Al sentir su piel escamosa supo que sus hijos estaban a salvo. Al sentir la humedad del mar en su cuerpo una paz infinita la invadió. En efecto, su destino estaba allí, al final de la escalera, al fondo de la cueva.

 

 


 

         La luz del faro dejó de parpadear y aquella noche volvió a ser clara y nítida, como siempre. La luz de Carmen alumbraría durante años aquella planicie seca y árida, cuyo antiguo acantilado reclamaba la atención de su próxima víctima. Un viejo anillo rodó desde la puerta del faro hasta quedar en medio del sendero. Seguramente alguien lo encontraría, antes o después.

 

Este relato está enmarcado en el reto de escritura #Origireto2020 organizado por Kat y Stiby. Podeis consultar las bases y apuntaros en sus blogs clickando aquí  o aquí

SEPTIEMBRE:
Objetivo 7: Cuenta una historia marítima o que involucre un faro.
Cuentos y leyendas L: El lobo y los siete cabritillos.
Criaturas del camino V: Hadas (hada del océano y Oceánide)
Objetos ocultos: 15 una gamba y 18 un cangrejo.
Además: milpalabrista ( 1943 palabras), doble dragón por relato de fantasía, rosa insolente por protagonista femenina.

Gracias por leer hasta aquí.

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