lunes, 21 de septiembre de 2020

EL FARO

 

EL FARO

         Volvía de nuevo. Como todas las noches. No podía evitarlo. Había algo en aquel faro que la atraía como un imán. No sabía lo que era, pero día tras día acudía a su cita con aquel edificio que, aunque seguía funcionando, había perdido su razón de ser. Su madre le había contado mil historias que su abuela a su vez le había contado a ella. Historias que hablaban de un abuelo que murió joven en aquellos acantilados que ahora tiraban de su ser hacía sus bordes.

         Hacía al menos cien años que el océano había retrocedido debido al movimiento de las placas tectónicas, auspiciado por los terremotos submarinos que cambiaron el rostro del planeta por causa de la guerra nuclear. Así que el faro de Bernardette se encontraba a más de treinta kilómetros de la costa más cercana. Aún así, su luz seguía iluminando absurdamente el paisaje noche tras noche. Y noche tras noche Carmen recorría el sendero que llevaba a la atalaya, aunque con la llegada del alba nunca era capaz de explicar qué había ido a hacer allí.

         Aquel día decidió levantarse temprano y acudir al faro por la mañana. Necesitaba encontrar la razón por la que el faro de Bernardette le atraía de aquel modo tan extraño. Y necesitaba verlo claro y a la luz del día, puesto que a menudo los recuerdos de las noches en que lo visitaba se volvían vagas nebulosas en su cerebro.



         Caminaba nerviosa, esperando encontrar las causas de su inquietud frente a sus ojos, pero según se acercaba a la edificación un rumor de olas llegó a sus oídos. No podía ser. El mar quedaba demasiado lejos de allí. Miró hacia arriba: la luz del faro estaba encendida a pesar de ser de día. Eso indicaba que nadie se estaba ocupando de su funcionamiento. De hecho en el pueblo se decía que aquel faro estaba maldito, y que su luz era la luz del mismo diablo. Sin embargo Carmen sintió como el rumor de las olas le tranquilizaba mientras se acercaba cada vez más. Se paró por un momento en el camino. Un impulso inexplicable le llevó a salirse de la senda para caminar campo a través por el pedregoso terreno plagado de irregularidades. Debía tener cuidado para no tropezar o dar una mala pisada, estaba demasiado lejos del pueblo y casi nadie solía pasear por allí, hasta donde ella sabía. Si se caía podría tardar días en recibir ayuda.

         Sin embargo su curiosidad crecía con cada paso. El rumor de las inexistentes olas parecía traerle unas voces casi inaudibles que dirigían sus pasos hacia un lateral del imponente faro. De día la edificación causaba verdadero respeto: era mucho más grande de lo que parecía por la noche. Entonces lo vio: bajando por una especie de escaleras naturales talladas en la propia roca, aparecía un nuevo camino. Carmen sin dudarlo lo bajó, extremando el cuidado, pero sin ningún miedo. Sentía como si de verdad allí fuera a encontrar el destino último de su vida. Como si su última meta estuviera allí, esperándola. Con cada paso que daba descendiendo por aquella escalera retorcida al pie del faro, sentía como las voces subían de volumen en su cabeza. Cada vez eran más intensas y nítidas. Cuando alcanzó a entender lo que decían la sangre se le heló en las venas. No podía ser. Aquellas voces la llamaban directamente a ella. Aquellas voces la estaban llamando. Dentro de su corazón sabía que aquella palabra solo se podía dirigir a su persona… y sin embargo, no podía ser. Aquellas voces infantiles llamaban claramente a su mamá.

         Siguió bajando la interminable escalera hasta el fondo de lo que hace años fuera un imponente acantilado. Al llegar abajo un pequeño muro delimitaba un semicírculo contra la pared rocosa: estaba atrapada. Para salir de allí solamente podía subir por donde había bajado. Sin embargo las voces eran más claras e intensas allí. Parecían venir de la propia pared. Miro con detenimiento cada grieta y cada saliente, sin encontrar nada. Pasó la mano por la roca, y una fina capa de polvo empezó a caer a sus pies, como si el tiempo hubiera cubierto con aquella pátina una antigua puerta de madera raída. Las voces se intensificaron. La urgencia de sus llamadas a mamá se agudizó. Allí había atrapados varios niños, estaba claro. Su corazón latía a un ritmo frenético mientras frotaba la roca con las manos intentando descubrir por completo la puerta, buscando la forma de abrirla para liberar a sus hijos. A esos hijos que nunca había tenido pero que la estaban llamando a ella, porque estaba segura de que era a ella a quien llamaban en su desesperación.

         La vieja puerta se fue descubriendo hasta quedar por completo expuesta. No vio más que un pomo oxidado y el ojo de una cerradura antigua.

                   —No os preocupéis pequeños, mamá está aquí ¿Si? Ya he llegado.

         De pronto las voces callaron. Carmen se asustó por primera vez desde que se salió del sendero.

                   —¿Porqué os calláis, niños? Mamá os va a sacar de ahí.

         Sentía que debía darse prisa, que a sus recién encontrados hijos se los estaba acabando el tiempo. Sentía como su instinto maternal le urgía a sacarlos de aquel cautiverio y abrazarles y tranquilizarles como solo una madre puede hacer.

         Manoteó por toda la puerta, intentando encontrar la forma de abrirla. Sus nervios se estaban afilando tanto que en cualquier momento podrían cortar sus entrañas como si fueran un bisturí. Miró hacia arriba pidiéndole ayuda al cielo para poder liberarlos antes de que fuera demasiado tarde, pero eso no la tranquilizó en absoluto, puesto que pudo ver como el haz de luz que proyectaba el faro parpadeaba como si se estuviera fundiendo. Eso no era bueno, nada bueno. Ella lo sabía. Pero eso no fue todo. El rumor de las olas volvía a oírse, cada vez más cercano. Al bajar la mirada vio como el agua estaba a punto de mojarle los pies. De un instintivo salto se subió al primer escalón de la escalera, con la intención de no mojarse. Desde allí siguió buscando la forma de abrir aquella condenada puerta. Las voces volvieron a repetir su llamada: ¡Mamá! ¡Mamá! Su corazón estaba desbordado por la angustia que sentía al saber a su progenie atrapada en aquella cueva, mientras el nivel del mar iba subiendo. Un pequeño cangrejo arrastrado por las olas  salió del agua para atravesar la puerta por el pequeño hueco que dejaba una tabla rota, abajo del todo. 

         Se agachó para intentar mirar por el agujero, que le había pasado desapercibido, pero el ligero romper de las pequeñas olas le mojó la cara y le llenó los ojos de sal. No pudo ver nada y tuvo que erguirse de nuevo, aturdida, enfadada y sintiéndose estúpida por no haberse dado cuenta de que el nivel del agua subía demasiado deprisa. De hecho las incesantes olas tapaban ya la parte inferior de la puerta. Los niños seguían llamándola asustados. Podía sentir como su raciocinio se resquebrajaba mientras la luz del faro parpadeaba como una vieja bombilla al final de su vida. Algo la decía que el faro no debía apagarse, que el faro podía salvar a sus pequeños.

         Sintió un cosquilleo en su tobillo y cuando lo sacudió, una pequeña gamba huyó por debajo de su pantalón.

         Un momento: todo aquello no podía ser. El mar estaba a más de treinta kilómetros. “Venga Carmen, que te estás mojando los pies. ¿No puedes creer lo que ves?” Su cerebro intentó traerla a la realidad en un último intento de salvar su cordura, pero las voces de sus hijos cesaron de pronto. Ella interrumpió su  movimiento: necesitaba oír cualquier ruido que le dijera que los niños estaban bien. De pronto una aguda voz de las que habían estado clamando por su presencia, resonó claramente en su cerebro:

                   —Mamá, enséñanos tu anillo por la cerradura. Si eres tú te abriremos la puerta.

         Su anillo. El anillo de su madre que portaba en su mano desde hacía más de 30 años. El anillo que su madre le había legado mientras le advertía que no debía perderlo porque era su posesión más valiosa. El anillo que según su madre perteneció a su abuelo, al que nunca había conocido. Sin duda aquellos eran hijos suyos, no podía ser de otro modo.

         Sin pensárselo dos veces acercó la mano a la cerradura, con el desasosiego que le producía el no estar segura de si los niños lo reconocerían y le abrirían la puerta. Su corazón necesitaba abrazarlos ya, sus latidos atronaban en su cabeza.

         Con un crujido la puerta se abrió, dando paso a una oscuridad húmeda que la envolvió al instante. Esperaba sentir una especie de calor por la cercanía de sus hijos. Sin embargo, mientras el nivel del agua subía por sus piernas implacable, sintió como un ser velado y húmedo rozaba su cara.

                   —¿Niños? Soy mamá.

         El eco de la cueva le devolvió sus propias palabras, envueltas en un frío gélido que casi podía sentir como laceraba su piel. Las voces de los niños volvieron a escucharse una vez más, al fondo de la cueva. Seguían llamándola. Así que Carmen se adentró en la gruta en pos de ellos. Necesitaba sacarlos de allí. El agua seguía subiendo. Si no salían pronto de allí, se ahogarían. Nunca podría perdonarse no haberlos salvado. No podría seguir viviendo con semejante losa sobre su conciencia. Caminó en la oscuridad hasta llegar a una estancia irregular a la que un haz de luz iluminaba pobremente. La cueva parecía no tener fin. La voz de los niños seguía resonando en sus oídos, arrancando girones de su cordura ante la impotencia de no poder encontrarlos. Miró en derredor esperando encontrar alguna huella, algún signo de que estaban allí. El agua del mar se movía a sus pies. Pequeñas criaturas marinas jugueteaban alrededor suyo. Su mirada se detuvo de nuevo en un cangrejo, segura de que era el mismo que la había descubierto la cueva. Mientras lo miraba vio como crecía y se ponía de pié. Sus tenazas se transformaron en dos gráciles brazos y sus antenas dejaron paso a una cabellera morena que enmarcaba un rostro hermoso.

         Sus cerebro no podía creer lo que estaba viendo. No tenía tiempo para esas fantasías. Tenía que encontrar a los niños y salir de allí cuanto antes.

                   —Soy Metis.

         No podía ser. Aquella aparición fantástica la estaba hablando. La reina de los mares se erguía ante ella.

                   —No soy ninguna reina, solo soy una ninfa del océano.

                   —El océano está a treinta kilómetros por lo menos. No sé que está pasando, pero rescataré a mis niños y me iré. No te molestaré más.

                   —El océano te está mojando los pies ¿no lo ves?

         Algo volvió a crujir en su cerebro. Los engranajes que lo hacían funcionar se estaban desencajando. No podía fiarse de sus sentidos. No podía fiarse de su corazón.                      

                   —Dame la mano, Carmen. Has llegado a tu destino.

         Le dio la mano. Al sentir su piel escamosa supo que sus hijos estaban a salvo. Al sentir la humedad del mar en su cuerpo una paz infinita la invadió. En efecto, su destino estaba allí, al final de la escalera, al fondo de la cueva.

 

 


 

         La luz del faro dejó de parpadear y aquella noche volvió a ser clara y nítida, como siempre. La luz de Carmen alumbraría durante años aquella planicie seca y árida, cuyo antiguo acantilado reclamaba la atención de su próxima víctima. Un viejo anillo rodó desde la puerta del faro hasta quedar en medio del sendero. Seguramente alguien lo encontraría, antes o después.

 

Este relato está enmarcado en el reto de escritura #Origireto2020 organizado por Kat y Stiby. Podeis consultar las bases y apuntaros en sus blogs clickando aquí  o aquí

SEPTIEMBRE:
Objetivo 7: Cuenta una historia marítima o que involucre un faro.
Cuentos y leyendas L: El lobo y los siete cabritillos.
Criaturas del camino V: Hadas (hada del océano y Oceánide)
Objetos ocultos: 15 una gamba y 18 un cangrejo.
Además: milpalabrista ( 1943 palabras), doble dragón por relato de fantasía, rosa insolente por protagonista femenina.

Gracias por leer hasta aquí.

Déjame tu comentario para saber si este relato te ha gustado o no. Prometo contestar.

13 comentarios:

  1. Muy bueno Peña!! Me ha encantado!!

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    1. Muchas gracias por leer y comentar! Si supiera quien eres seguramente te podría agradecer mejor. Me alegro de que te haya gustado.

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  2. Hola!:
    Muy buena la historia, sobre todo la parte final. Describes de forma clara cómo Carmen se va volviendo loca poco a poco escuchando a unos niños que no tiene... la verdad es que da un poco de mal rollo, como muy de película, y te ha quedado muy bien.
    La parte final me ha recordado al señor de los anillos, quizá alguien encuentre el anillo, escuche la voz de Carmen y el faro se siga alimentando.
    Un abrazo y a seguir escribiendo así de bien :)

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    1. Hola Gema!
      Te agradezco mucho que hayas dedicado unos minutos a leer el relato y dejarme un comentario. Me alegra que el relato te haya transmitido un poco de mal rollo, porque creo que así es más sencillo ponerse en la piel de la prota en esta historia un poco de otro mundo.
      Quizá alguien encuentre el anillo... quizá pueda dar más de sí esta historia. Gracias por la idea.
      Un abrazo!!

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  3. Muy buena me has tenido totalmente intrigada asta el final. 😘

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    1. Muchas gracias por pasarte a leer y comentar, querido desconocido jejeje

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  4. Buenas noches

    Me ha encantado el relato. Está muy bien escrito y bien llevado.

    Al principio parece una cosa, la referencia a las bombas atómicas hace pensar en una historia postapocalíptica, pero se va convirtiendo en un tipo de historia completamente distinta hasta que en el final es un relato de corte muy clásico. No quiero decir mucho más para no desvelar nada, pero me ha gustado muchísimo esa evolución.

    Me ha encantado también la imagen de un viejo anillo rodando por las escaleras.

    Un saludo.

    Juan.

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    1. Buenas noches Juan.
      Siempre es un orgullo saber que dedicas unos minutos a mis historias y te tomas la molestia de dejar una valoración. Me alegra haber sabido llevar la historia hasta el final, se que no es fácil dar con la tecla sobre todo con lectores experimentados, como es tu caso, así que eso es doble satisfacción para mi.
      Espero seguir intentando sorprenderte con mis relatos.
      Un abrazo.

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  5. Q buen rato m has hecho pasar peña

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    1. Te molan las historias de ultratumba he? Me alegro de que te haya gustado!!

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  6. Q buen rato m has hecho pasar peña

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  7. Me ha gustado mucho el relato. Me ha dado muy mal rollo también y me parece brillante como has metido la fábula de los 7 cabritillas (yo aún no la he usado y me parece la más difícil).
    Y como se que los estás esperando aquí te digo los laismos y loismos que he encontrado:
    "Se los estaba acabando el tiempo": objeto indirecto, es se les estaba acabando el tiempo (el se es del verbo reflexivo acabarse)
    "Algo la decía" : otra vez OI "algo le decía"
    Saludos y nos vamos leyendo.

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    1. Hola Isa!
      Como me conoces a estas alturas ¡Gracias por la corrección de los laísmos y loísmos!, ya sabes que se salen por completo de mi jurisdicción.
      Me alegro de haberte dado mal rollo porque realmente era el objetivo. A mi me parece mucho más complicado meter el flautista de Hamelín, por eso aún no lo he usado. Veremos lo que se nos ocurre.
      Muchas gracias por pasarte y comentar
      Un abrazo

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