EL DÍA 16
—A mi me dan envidia.
—Pues a mí ni pizca. Todo el día encerrados en el cajón. Y cuando les sacan es para ser manoseados mientras lo único que importa son los reflejos que arroja la pantalla gris.
—Pero mola cuando te acarician.
—Tú lo has dicho, cuando te acarician. Pero es que a ellos no les acarician, yo diría que les aporrean. Y además les ningunean.
—No te pases. La morena es muy delicada.
—Pues a mí el otro día me arañó con esas uñas rojas de fantasía que tiene y me dolió un montón. ¡Mírame! Aún tengo la marca.
—Ay, pobre. Pero fue por algo, seguro. Ella siempre tiene cuidado.
—Claro que fue por algo ¡Pero yo no tengo la culpa! La tuvieron ellos.
—No creo. Mira a Siete. A él también le ha puesto una pancarta y no parece que le moleste.
—¡Claro que no!¿Sabes lo que pone?
—No sé leer.
—Uno, eres demasiado joven. Pone “cumpleaños Julia”.
—¡Un cumpleaños! ¡Qué bien!
—Si, claro, que bien –dijo Veinticuatro cabizbajo —Mira la mía.
—¿Qué pone?
—“Seguro del coche”.
—¿Y eso que es?
—Pues algo malo. La morena cogió la calculadora y te aseguro que no fue nada delicada. Estuvo aporreando los números un rato y luego, toda enfadada vino con el boli y me puso la pancarta. Pero primero me arañó con las uñas.
—Eso de “seguro del coche” debe ser algo terrible.
—¡Estoy seguro!
—Pues yo estoy triste. Nunca tendré una pancarta.
—Si es que eres demasiado joven, Uno. Tu momento pasó en seguida, no te dio tiempo de nada. Mira a Dieciséis, es el más feliz de todos.
—¿Qué decís de mi?— exclamó el Dieciséis, que había estado escuchando la conversación como si esas pancartas y menudencias no fueran con él.
—Pues que eres feliz —dijo Veinticuatro apesadumbrado.
—¡Y no tienes pancarta! Solo te ha dibujado una estrella. ¿Cómo puede alegrarte algo tan simple?
—¡No tenéis ni idea! No es una estrella, es un asterisco.
De pronto todos los días del calendario guardaron un silencio interrogativo mirando a Dieciséis.
—¿Porqué me miráis así? ¿Os da envidia mi asterisco?
Los días se encogieron de hombros. Ninguno sabía lo que significaba aquel signo, pero era lo que más llamaba la atención en toda la hoja. Era rojo y brillante así que debía ser algo de extrema importancia. Dieciséis se atusó el flequillo, ufano y les dio la espalda. Si se sentían desgraciados no era su culpa. Desde que tenía el asterisco se creía el rey del mambo. Ningún día del calendario estaba a su altura. Ni el Doce con su pancarta anunciando “análisis”, ni el Diecinueve que decía “paquete, ni siquiera el más afortunado Veintiocho con su “cumpleaños mamá”, que la morena había escrito con suma delicadeza y que además había decorado con una flor.
—¡Callaos todos! Ahí viene —dijo Veinticuatro, que siempre estaba enfadado pero también alerta.
Roció entró en el cuarto de estar, apartó la silla del escritorio y se sentó con cara de pocos amigos. Dejó un montón de papeles sobre la mesa y abrió el cajón para sacar la calculadora. Tecleó algo en el ordenador y volvió a la calculadora. Todos los días del calendario se echaron a temblar, menos Dieciséis. Cada vez que Rocío hacía aquello que estaba haciendo, lo siguiente era poner una pancarta en alguno de ellos. Y según parecía esta vez no sería delicada. Al parecer algo no la estaba cuadrando. Sus resoplidos evidenciaban que estaba disgustada.
Desde hacía varios días había estado sacando cajas y más cajas de la casa, pasando por delante del calendario y mirándolo de reojo. Volvió suspirando al ordenador y tras un rato tecleó de nuevo con la calculadora. Se encogió abatida mientras miraba el resultado…y tiró la calculadora al otro lado del cuarto de estar, para quedarse mirando el asterisco del calendario.
—¡MIERDA!—gritó, llevándose las manos a las sienes.
Todos los días se miraron asustados. Lo que la morena acababa de hacer con la calculadora y todos sus números les había sumido en el pánico más terrible. A todos menos a Dieciséis, que se pavoneaba con su asterisco rojo brillante en el medio de todos sus compañeros, que le daban codazos para que se estuviera quieto y no llamara más la atención. No querían que la morena les hiciera lo mismo que a sus compañeros, a quienes Uno, en su candidez, había estado envidiando hasta aquel momento. Ahora se arrepentía.
Sin embargo Dieciséis estaba seguro de que aquella distinción tan vistosa que Rocío le había otorgado era algo importantísimo y sentía que era el favorito de la morena.
Entonces la chica sacó del cajón unas tijeras con punta y se dirigió al calendario con decisión y un montón de ira.
—¡Puto día Dieciséis!
De dos decididos tijeretazos le apartó de su vista, dejando un terrible agujero en el calendario.
A final de mes, el resto de días, tragaron saliva.
UN RELATO AL MES:
Este relato cumple los siguientes requisitos:
Enero: absurdo.
Objetos incluídos: calculadora y calendario.
nº de palabras: 819