SI ELLA NO PUEDE TOCAR (Relato de MARZO para el #Origireto2019)
El Origireto es una genial iniciativa de Stiby y de Katty. Las normas de este reto se pueden consultar en las bitácoras de las organizadoras, @stiby2 y @musajue:
http://plumakatty.blogspot.com/2018/12/origireto-creativo-edicion-2019.html
o en http://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com/2018/12/reto-de-escritura-2019-origireto.html.
Ya me falta poco para cumplir el reto de recuperar todo el año, asi que os dejo con el relato correspondiente al mes de Marzo. Dejadme en comentarios que os parece.
Me estaba
volviendo loca. No podía soportarlo más. Desconocía cuanto tiempo llevaba en
aquel horrible lugar y no tenía forma de poder adivinarlo. A mi alrededor lo
único que había era silencio. Un silencio frío y espantoso. Un silencio afilado
como una espada. Un silencio que te helaba los huesos y el corazón. El silencio
más horrible que había sufrido en toda mi vida. Si: sufrido. Porque no era
capaz de reconocer mi vida si la música no estaba en ella. No era capaz de
recordar ningún momento en el que la música no me hubiera acompañado.
Desde que nací
mamá me había cantado hermosas nanas y después divertidas canciones que
alegraron toda mi infancia. Después vino el conservatorio. Mamá era profesora
de fagot y en cuanto tuve la edad suficiente empecé a estudiar música con ella.
Aunque aquello no era estudiar: era disfrutar. Cada nota, cada compás, cada
melodía que escuchaba me llenaban de felicidad.
En mi casa
había multitud de instrumentos musicales de viento: flautas extrañas traídas de
distintos viajes, saxos vetustos y trombones… además por supuesto del
sempiterno e intocable fagot de mamá, con el que daba hermosos conciertos que
nos llenaban el corazón y la nevera. Mamá siempre decía que el único amor más
grande que el amor a la música era el que sentía por mí, que solo dejaría la
música por mí. Decía que nadie en el
mundo, salvo un hijo, merecía ser amado más que la música. Decía siempre que la
música era la vida misma. Que todo en la vida era música: cada sonido de cada
objeto, ya fuera en la cocina, en el colegio o en la calle. De todas partes
podías obtener sonidos e imprimiéndoles el ritmo adecuado todos ellos podían
convertirse en bella música de uno u otro género. Porque aunque penséis que una
concertista de fagot solo toca música clásica, mamá tocaba cualquier tipo de
música con su instrumento, y a menudo me pedía que la acompañara con mis
juguetes o tocando palmas. Mamá también decía que al final todo en esta vida te
decepcionaba o te traiciona salvo la música. Sobre todo las personas. Decía que
incluso las personas que más te quieren te acaban haciendo daño antes o
después, pero que la música siempre está ahí para reconfortarte y que siempre
hay una canción para todos los momentos. Nunca estuve segura de si debía
creerla, puesto que pensaba que el amor verdadero estaría por encima de la
música. Yo estaba segura de que cuando el amor llamara a mi puerta, la música
me seguiría acompañando, pero no podría sustituir a mi amado.
Así fui
creciendo. Al acabar los estudios básicos me dediqué por completo a la música.
Aprendí a tocar mejor, a escuchar mejor y enseñar a amar la música a los niños que no habían
tenido la suerte de tener una infancia como la mía, en la que la música era el
mismo amor.
Conocía a
Braulio tras un concierto de la orquesta en la que estaba tocando. Solía tocar
con varias porque el fagot no es un instrumento muy popular y había pocas
fagotistas aparte de mi madre y de mi. Creo que fue amor a primera vista. Él
era atrezzista en el Auditorio Real, donde tocamos aquella noche y en cuanto
nuestras miradas se cruzaron supe que mi vida cambiaría para siempre. Algo
dentro de mi corazón me decía que acababa de encontrar a la persona que
trastocaría todo mi mundo. Desde el primer momento supe que Braulio cambiaría
mi vida de arriba abajo y para siempre. Antes de verle por primera vez estaba
segura de que nada en el mundo podría hacerme más feliz que la música, pero
tras cruzar mi mirada con sus profundos ojos castaños supe que la felicidad
absoluta aún estaba por venir. En ese momento pensé que mamá estaba equivocada.
Y también ese momento supe que mi vida acababa realmente de empezar.
Toqué durante
todo el concierto pensando en Braulio, aunque aún ni siquiera sabía que aquel
era su nombre. Toqué mucho más contenta que las últimas veces, porque estaba
segura de que aquel chico moreno me estaría esperando al final del concierto,
aunque no habíamos llegado a cruzar ni media palabra cuando nos habíamos visto.
Aquella mirada me lo dijo todo. No tenía ninguna duda de que él había sentido
lo mismo que yo, de que nos habíamos entendido. Para mí aquel cruce de miradas
fue una clara declaración de intenciones, y de amor.
Mi madre tenía
razón. Toda la razón. Me arrepiento tanto de no haberla creído, de no haber
seguido sus consejos. Siempre me decía que no me fiara de nadie, pero de los
hombres menos aún. Siempre me decía que igual que mi padre la había abandonado
a ella por poner su carrera musical por delante de él, así cualquier hombre que
no fuera músico se apartaría de mí si ponía la música por delante. Yo estaba
empeñada en creer que con Braulio no sería así, pero ahora le daba la razón a
mi madre: la música le había alejado de mí y ahora estaba sola y rodeada de un
silencio sepulcral.
Cuando acabó
el concierto y recogí mi fagot, tras despedirme de mis compañeros de orquesta
me dirigí a la puerta de artistas para salir a la calle y allí estaba Braulio,
fumando un pitillo. Eso no me gustó, pero pensé que no era más que un detalle
que podría cambiar más adelante.
—¿Te
ha gustado el concierto?
—Yo
no entiendo de música, solo monto escenarios. ¿Vamos a dar una vuelta? Tengo el
coche aquí al lado, puedes dejar la flauta en el maletero y te invito a cenar.
Bueno, no
mucha gente sabe cómo es un fagot, ya lo aprendería con el tiempo.
—No
es una flauta, es un fagot y no lo puedo dejar en el maletero con este frío, se
desafina. ¿Por qué no me llevas a mi hotel a dejarlo y luego ya cenamos donde quieras?
Braulio me
miró con suficiencia.
—Lo
que tú quieras preciosa. Sube.
Subí en su
coche mientras en mi cabeza se armaban un montón de preguntas y de dudas. En mi
cerebro se estaba montando palabra a palabra una frase que siempre me había
dicho mi madre: nunca montes en un coche con un desconocido. El miedo empezó a
subirme desde el estómago hasta hacerme un gran nudo en la garganta. Necesitaba
romper ese silencio incómodo y constatar que mi madre se equivocaba, que todo
estaba bien.
—¿Porqué
no pones un poco de música para el camino?— Le dije, después de mirar la radio
del coche y darme cuenta de que no tenía ni idea de cómo accionarla.
—No
puedo, no funciona la radio. Pero no te preocupes, ya estamos llegando.
Aceleró por la
carretera. Habíamos dejado atrás el centro y mientras circulábamos hacia la
periferia en busca de mi hotel me di cuenta de que esas calles no me resultaban
familiares. No estábamos yendo hacia mi hotel. El miedo que seguía anudándome
la garganta apretó el nudo un poco más. La velocidad tampoco ayudaba.
—¿Podrías
ir un poco más despacio?
Braulio me miró por un segundo y pude ver como
su rostro adquiría un gesto socarrón y amenazante. Como respuesta a mi petición
dio otro pisotón al acelerador mientras me miraba a los ojos. Entonces unas
luces entraron en mi campo de visión y cuando le quise advertir era demasiado
tarde.
No recuerdo
qué pasó después. Solo sé que me desperté en un hospital, llena de tubos y
cables por todas partes. Me dolía intensamente todo el cuerpo y tenía un
respirador conectado en la garganta. No podía hablar. Desperté sola en aquel
lugar inhóspito y cuando vino mi madre sus ojos estaban morados de llorar. Yo
también lloré, de rabia y de impotencia. No entendía nada. La gente hablaba a
mi alrededor y yo no oía nada. No podía moverme. Quería saber que había pasado,
quería saber donde estaba mi fagot, no quería dejarlo en el maletero frío toda
la noche, alguien debía ir a por él pero
no tenía forma de comunicarme. A
mi alrededor solo había caras largas llenas de preocupación y mi madre se fue
dejándome allí. Entonces entendí aquello que siempre decía de que hasta las
personas que más te quieren te acaban haciendo daño. No quería estar sola pero
nadie se quedó a mi lado.
Una intensa
sensación de sueño me invadió y no tuve fuerzas para luchar contra él. Cuando
volví a despertar ya solo había silencio y oscuridad, no había cables ni luces
ni tubos: solo silencio. No sabía cuánto tiempo había dormido pero necesitaba
saber que alguien había traído mi fagot.
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—Marisa,
el informe es muy claro, no podemos hacer nada.
—Pero
sigue respirando. Podría despertar.
—No
Marisa, nunca volverá a abrir los ojos. Lo siento mucho pero debes hacer un
esfuerzo por entender que eso no va a
pasar. Deberías despedirte de ella y dejarla ir. Según el informe del neurólogo
está en situación de muerte cerebral.
—Pero
he traído su fagot, un bombero me lo dio. Si lo ve seguro que despierta.
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En este lugar
hace demasiado frío. Este silencio es incompatible con la vida. Necesito mi fagot pero creo que sigue en el maletero de
Braulio, se va a desafinar con este frío. Él me ha separado de la música, él se
ha puesto por delante… esto no es amor. Esto no es vida.
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Dos días
después salió la noticia: La respetable fagotista de la orquesta nacional
Marisa Patra deja la música después de perder a su única hija en un terrible
accidente de coche. La joven salía del teatro real tras el concierto homenaje a
Milan Turkovic cuando el coche en el que viajaba con Braulio Gómez, atrezzista
del mismo teatro chocó contra un camión al invadir el carril contrario. El
muchacho falleció en el momento mientras que la joven llegó con vida al
hospital, donde los médicos no pudieron hacer nada por salvar su vida.
Este relato está enmarcado en el Reto de escritura de #OrigiReto2019.
· Objetivo 3: Escribe un relato en el que la música tenga un papel importante.
· Objeto oculto: nº 6: Un informe médico.
· Objeto oculto: nº10: Un instrumento musical.
· Palabras: 1671 (milpalabrista)·
Ademas: feminista en primera persona.
Además, la pegatina:
¿Sabes? Has dado en un punto clave para mi. En otra vida, yo podría haber sido tu protagonista. Por rebeldía o inconsciencia nunca quise estudiar música, y lo tenía fácil. Siempre he tenido buen oido, y siempre sacaba la melodía de la canción de turno en aquella birria de teclado casio. Pero lo más importante es que tenía en casa profesor de música. Mi padre, ¡fagotista! de una banda de la Armada y en la Bética Filarmonica.
ResponderEliminarLa madre tiene muchos puntos en común con mi pasre. Me inculcó ese amor por la música, el fagot "dormia" conmigo, a los pies de mi cama, pues mi cuarto le servía a mi padre de estudio para ensayar. La preocupación por que se desafine, aunque desmontado y en su maleta también me suena. Recuerdo verlo secar cada segmento con una gamuza, el tudel con un limpiatubos de espuma, el cuidado de las cañas...
En fin, muchos recuerdos.
Y de la narración, cuando pensaba en un desenlace de violencia de género o violación y asesinato, vas y le das el giro accidental y me pillas con el pie cambiado. Muy bien conducido, brava. !Mis aplausos!
Vaya R.J. Random! Jamás me hubiera imaginado una casualidad tan grande. Elegí el fagot por que no es el típico instrumento que todo el mundo conoce y porque lo toca una prima mía. Es un instrumento delicado de sonido profundo. Me encanta haberte recordado las cosas buenas del pasado, eso siempre está bien.
EliminarMuchas gracias por tu comentario tan cariñoso y me alegro mucho de hacer sido capaz de sorprenderte con el fina.
Un abrazo.
Buenas tardes
ResponderEliminarMuy buen relato. Me ha gustado bastante la manera en como vas planteando la trama hasta el giro del final. Lo único que no me queda claro eran las intenciones de Braulio, aunque tengo mi teoría al respecto.
Muy emotivo que los últimos pensamientos de la protagonista fueran dirigidos al fagot. Pienso que su auténtico amor era la música y que así debería haber seguido.
Preciosa recuperación y un saludo.
Juan.
Hola Juan! Siempre es un gusto tenerte por el blog. Me alegra que te haya gustado el relato y si, yo también tengo alguna teoría al respecto de las intenciones de Braulio, pero fueran cuales fuesen se quedaron en la carretera.
EliminarConozco a algunos músicos y siempre ponen su instrumento por delante de todo, y creo que esa es la esencia real de la música que escuchamos, sea del género que sea: el amor de los músicos a lo que hacen.
Muchas gracias por tu comentario tan positivo.
Un abrazo.
Me he quedado sin palabras tras leer el relato, y más aún tras el comentario de R.J Random. Preciosa historia y bonita coincidencia que le hace resaltar aún más . Mi más sincera enhorabuena.
ResponderEliminarSiempre tan cariñoso en tus comentarios, me halaga que te haya gustado y que sigas estando por aquí. Muchas gracias!! Abrazos!
Eliminar¡Hola! Triste historia. Es una pena que la carrera prometedora de la joven protagonista haya quedado truncada al haber quedado gravemente herida y luego, tuviera que partir ante el lamentable diagnóstico del neurólogo.
ResponderEliminarAl final, la mamá de la chica cumplió su promesa. Pensé que el relato terminaría en un abuso o feminicidio.
Hola Rocío, bienvenida por el blog. Realmente triste, pero por desgracias la realidad a menudo nos enseña que las historias no siempre acaban bien. Me reconforta saber que he logrado confundirte como lectora y te he llevado a imaginar otro final, aunque también dramático.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario.
Abrazos.
¡Hola!
ResponderEliminarMe esperaba algo totalmente distinto por parte de Braulio (aunque quizás habría llegado a pasar si hubiese tenido más tiempo antes de que el coche se estrellase, no sé). Muy buena la reflexión de que, quien te quiere, no te aparta de aquello que amas.
Además, no me esperaba que el relato estuviese más centrado en la madre que en la hija (por aquello de la noticia final). Tampoco creí que fuese a morir, pensaba que se iba a despertar en el último momento. Mantienes la tensión perfectamente hasta el final.
¡Saludos! :)