VENENO
Yo no tenía ni
idea de historia ni de política, salvo lo que oía por la radio algunas veces.
En los últimos días estaba más pendiente de la prensa que en toda mi vida,
debía asegurarme de que todo iba bien. Necesitaba poder continuar después de
haber salido del infierno que había sido mi matrimonio. No podía creer que
ahora, precisamente ahora, aprobaran una ley de divorcio. ¡A buenas horas!
Tras aquello
regresé a la casa de mis abuelos. Llevaba cerrada muchos años, pero era mía y
de mis hermanos. Allí estaría a salvo. Había llegado esa misma mañana y tras
pasar por el arco de piedra de la fachada, que había visto tiempos mejores, estaba recorriéndola, intentando rescatar algo
de cordura de los recuerdos que guardaba de ella. En el cuarto de mi abuela
encontré sábanas viejas y con olor a cerrado, pero limpias. Utilizaría su cama
esa noche. Al sacar las sábanas del cajón un pequeño sobre cayó a mis pies. Era
una carta. Pensé que sería importante, si mi abuela la había guardado.

“ Limoux, a 15 de octubre de 1939
Querida Encarna,
espero que al recibo de ésta te encuentres bien de salud y
que tú y tu familia estéis todos bien.
No me he
atrevido a escribirte hasta hoy porque no quería ponerte en un aprieto, pero
creo que ahora es seguro enviarte esta misiva. Solo quería agradecerte todo lo
que has hecho siempre por mí, desde que éramos niñas en el colegio María
Inmaculada, cuando Sor Gracia nos hacía recitar las tablas de multiplicar. Sé
que aunque yo fui la que huyó de España, la vida tampoco debe haber sido fácil
para ti durante este tiempo.
Yo ahora vivo
tranquila en Limoux. Sé que no volveré a mi tierra nunca más, pero no me siento
triste por ello. He encontrado un poco de paz finalmente.
¿Recuerdas
aquel invierno de 1931? Era emocionante vivir en Santander. Todo estaba
cambiando y parecía que mi vida se iba a poder arreglar por fin, pero aquello
solo fue un respiro. Aunque lo suficientemente grande como para ayudarme a
tomar la decisión que me salvó la vida. Te escribo esta carta para agradecerte
ahora lo que no te pude agradecer entonces. Sé que amabas a tu hermano y que te
dolió todo lo que te dije, pero también sé que tú ya sabías que yo no lo
quería. Sin embargo la vida era así, ¿verdad? Sabes que tuve que casar con él
por empeño de mi padre, que vio en Julián un buen partido. Por aquel entonces
la naviera de tu familia iba viento en popa, y Julián no estaba dispuesto a
sentar la cabeza. Ahora entiendo que tu padre también estuviera de acuerdo en
la idea de que debía casar conmigo. Yo era tan cándida entonces… Tu padre pensó
que casando conmigo, con la recatada, responsable y hacendosa Isabel, Julián
sentaría la cabeza, pero nunca nos preguntó si estábamos de acuerdo. Tú sabes
todo lo que lloré. Tú eras la única persona con la que podía hablar de todas
las cosas y recuerdo como me consolabas mientras veía como mi vida se iba a
convertir en un infierno. Si no hubiera sido por tu apoyo, me habría vuelto
loca. Pero por suerte para mi estuviste a mi lado para ayudarme en mi nueva
vida.
Tu hermano era
un díscolo que dilapidaba el dinero de tu familia sin piedad, y aunque mientras
estuve casada con él nunca me faltó de nada, sabes que no fui feliz. También
sabes que para él yo no era nadie, ni siquiera llegué a ser su mujer, porque su
vida estaba muy lejos de aquella casa que yo me empeñaba en que fuera un hogar,
ya sabes que siempre fui abnegada. ¡Ay! ¡Encarna, cuanto me arrepiento de no
haber abierto los ojos antes! ¡Y cuanto te agradezco que me ayudaras a
abrirlos! Siempre fuiste mi ángel de la guarda.
Recuerdo
cuando me hablaste por primera vez de aquella señora: Clara Campoamor. Yo no
tenía ni idea de política ni de leyes y todo lo que me decías me sonaba a
chino. Pero debía ser importante, porque tú estabas exultante cuando me
hablabas de ella. Entendí que lo que aquella mujer estaba haciendo pretendía
mejorar nuestras vidas, las de las mujeres, pero no creía que pudiera ser
posible. Siento tanto que ahora hayáis perdido todo aquello. Lo siento de
verdad. Sabes que yo nunca llegué a votar, no hubiera sabido cómo hacerlo, pero
me encantaba ver tu felicidad porque tus sueños incluían ese tipo de cosas. Yo
me limitaba a ser feliz con tu felicidad, porque tú eras mi mundo entero.
No me atreví a
confesártelo entonces, porque al casar con tu hermano toda esperanza se
desvanecía, pero sabes que era lo que tenía que hacer.
Recuerdo como
aquel mismo invierno me viniste un día hablando de un tal Álvaro de Albornoz.
Yo no sabía quién era ese señor, pero tú estabas segura de que aquello sí que
cambiaría nuestra vida, más que lo otro eso del sufragio. Según me contaste
había propuesto una ley de divorcio que haría
que pudiera separarme de tu hermano, pero yo tenía miedo. ¿Te acuerdas?
Tu hermano había salido a la mar dos años antes, y nunca más regresó. Tu padre
estaba indignado porque había perdido a su hijo, pero creo que le dolió más la pérdida
de su mejor barco. A veces venía a visitarme porque decía que mi casa seguía
siendo la casa de su hijo. Eso era verdad, yo no podía negarlo. Siempre me
trató bien tu padre, me apreciaba mucho aunque no hubiera conseguido que Julián
formase una familia conmigo. Ahora puedo confesártelo: nuestro matrimonio nunca
se consumó. Para mí era un esfuerzo inhumano tener que meterme con él en la
cama todas las noches, pero por suerte para mí, yo nunca le interesé lo más
mínimo. Pero no era nada personal Encarna. Nunca me gustaron los hombres,
aunque me tratasen tan bien como tu padre. Yo creo que Julián lo sabía, aunque fui
muy cuidadosa siempre. ¿Te imaginas que alguien se hubiera enterado de eso? Sin
duda habría dado con mis huesos en la cárcel, o algo peor. España siempre fue un
lugar de grandes pasiones. Eso sí que lo extraño. Y que una mujer bien educada
como yo, no hubiera tenido hijos el primer año de casada empezaba a levantar
rumores.
Pero entonces
me hablaste de aquello. La ley del divorcio. ¿Cómo me iba a divorciar yo de tu hermano?
Él había desaparecido y no sabíamos si estaba vivo o muerto, pero yo no podía
divorciarme. ¿Qué iba a ser de mí? Menos mal que me abriste los ojos Encarna.
Recuerdo el 25 de febrero cuando irrumpiste en mi casa. ¡Estabas feliz! No
entendía que te alegrase aquella ley: a ti no te aportaba nada. Y en realidad
yo no me había planteado esa posibilidad. Era una aberración romper lo que Dios
había unido, sin embargo, el hombre, en este caso Julián, ya lo había separado.
Me llevaste a
ver a ese abogado. Yo estaba segura de que tu padre me mataría, si no lo hacía
el mío antes cuando se enterase. Pero todo fue muy rápido, al estar Julián
desaparecido. Pasé de estar casada y sola a estar divorciada. Nada había cambiado.
Cuando volví a mi casa tu padre me estaba esperando. Me entró pánico, pero tú
me ayudaste. Nunca podré agradecerte lo suficiente que me ayudaras aquella
noche. Entraste conmigo a recoger mis cosas: el ajuar de mi boda y el botijo
recuerdo de Mijas que me habías regalado. La casa era de tu padre, así que yo
tenía que irme. Nunca me contaste que pasó después. Me llevaste a tu casa y al
día siguiente cogí el tren que me trajo a Francia. No creo que tu padre fuera
benévolo contigo, después de ayudarme. Era muy severo el señor don Gerardo.
Cuando recuerdo su rostro aquella noche aún se me saltan las lágrimas del miedo
que me da.
Sin embargo
ahora soy libre, y te lo debo a ti. Y no volveré a Santander, aunque la guerra
haya terminado. Ya sé que han derogado la ley, ahora sé todas esas cosas. Sé
que todos los divorcios de aquellos años son nulos, pero leí en la prensa que
habían dado por fin por muertos a los
tripulantes del “Covadonga”. Ahora no soy casada ni divorciada, porque soy
viuda. O sea, lo sería si volviera a España, pero no puedo volver.
Te envío mis
mejores deseos para la extraña paz que parece que se está forjando en mi
tierra, pero esa paz no es para mí.
Tu amiga que
te quiere,
Isabel.
“

Doblé la carta
y volví a meterla en su amarillento sobre. ¡Qué poco había cambiado la vida! Mi
Eusebio se parecía tanto al Julián de la carta de mi abuela que parecía mentira
, pero mi Eusebio no era marinero ni había desaparecido, sino que dilapidaba
nuestro dinero entre bares y lupanares. Luego llegaba a casa y pagaba sus
frustraciones conmigo. Yo estaba atrapada en ese infierno.
Ahora la radio no paraba de desgañitarse en contra y
a favor de la norma que Francisco Fernández Ordoñez acababa de sacar adelante.
Las mujeres volvíamos a ser libres de divorciarnos si así lo queríamos.Al
volver a aquella casa me sentía un poco como un ratón de aquellos que iban
detrás del sonido de la flauta en el clásico cuento. Sin embargo aquella ley
llegaba demasiado tarde para mí. Isabel se había quedado viuda por decisión de
la ley. En ese sentido yo era más libre que ella: yo había elegido ser viuda.
Este relato está enmarcado en el reto de escritura #Origireto2020 organizado por Kat y Stiby. Podeis consultar las bases y apuntaros en sus blogs clickando aquí o aquí
NOVIEMBRE:
Objetivo 11: Infórmate bien sobre un suceso revolucionario feminista y basa tu relato en ello. ( La ley del divorcio de febrero de 1932, que fue derogada en 1939 y volvió a la palestra, reformada en 1981)
Cuentos y leyendas J: el flautista de Hamelín.
Criaturas del camino VI: Ángel.
Objetos ocultos:24: arco y 20: botijo.
Además: milpalabrista ( 1612 palabras), rosa insolente por protagonista femenina .No estoy segura de si el genero epistolar cuenta para para sororidad, Triada por personajes LGTBI, Inconformista por la crítica social implícita y me apunto uno para giratiempo por publicar antes del día 10. Espero no dejarme nada.
Gracias por leer hasta aquí.
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