Esta entrada requiere una explicación, la encontrarás al final del todo.
CLASE DE DISEÑO
Empresas (el palomar)
Allí sentada,
en un entorno totalmente desconocido, se sentía extraña pero de momento no se
encontraba a disgusto.
Estaba rodeada
de desconocidos estudiantes, casi todos bastante aplicados en su tarea de tomar
apuntes, persiguiendo las rapidísimas frases de una profesora que estimaba que
su clase era una maratón de bolígrafos desbocados.
Se paró a
escuchar un momento la lejana y aguda voz de la profesora para descubrir algo
que ya sabía: no entendía absolutamente nada de lo que aquella mujer estaba
diciendo. Es más, se sorprendió de que nadie en el aula alzara la mano para
resolver alguna duda, eso debía significar que aquella gente sí que entendía lo
que la mujer de la tarima decía. Bueno, quizá
aquella pequeña mujer imponía demasiado respeto –rozando el miedo
académico- entre sus discípulos, lo que les impedía preguntar nada. O tal vez
fuera que la participación en clase estaba prohibida en aquella extraña
asignatura.
Alguien en el
extremo de la fila de pupitres en la que estaba sentada –escribiendo tan
aplicadamente como el resto, aunque cosas bien distintas- se sorprendió de su
presencia allí e incluso se dirigió a ella para preguntarla la razón de que
estuviera en una clase que, obviamente, no se correspondía con ninguna
asignatura en la que estuviera matriculada, ya que ni siquiera pertenecía a esa
carrera.
Tras un breve
e infructuoso diálogo de aceptación social dentro del aula –en el que los
argumentos de ella no convencieron en absoluto a su interlocutor porque
realmente no tenían lógica ninguna- volvió a levantar la mirada para observar
lo que pasaba más allá de sus narices.
Su mirada se
cruzó con la de la profesora, despertando a un gusanillo que albergaba su
estómago y que dormía gracias a la tranquilidad. Se sintió descubierta en aquel
momento, pero el desdén que se desprendía de la mirada proveniente del extremo
del aula le hizo desechar su temor. Aunque lo cierto es que solo había
transcurrido media hora de aquella clase, que debía durar una hora y media, así
que sería mejor no bajar la guardia, por si acaso.
Guió su vista
hasta la pizarra: nada se distinguía. Aquel rectángulo verde estaba lejos, al
otro extremo de la clase, y aunque el sonido de la tiza sobre él delataba que
algo estaba escrito, era técnicamente imposible descifrar cualquier cosa que
fuera más allá de unas cuantas rayas blancas distribuidas de forma irregular y
marcadas de un modo muy tenue.
El silencio
era sepulcral, y solo se interrumpía en las pequeñas pausas que la mujer hacía
de vez en cuando, básicamente por sonidos de papel y murmullos, que delataban
que ella (la chica) tenía razón: en realidad no toda la materia estaba tan
clara como el silencio imperante parecía demostrar.
Ya había
transcurrido otro cuarto de hora. Apenas 45 minutos la separaban del final de
aquella clase que, seguramente, pasaría a la historia de anécdotas estudiantiles
para ser comentada posteriormente con las compañeras y compañeros. Empezaba a
imaginar los posibles comentarios de quien compartía mesa con ella en esos
momentos y que estaba al tanto de la situación de la chica. Pero la voz más
bien monocorde de la profesora la devolvió a la realidad de la clase y se dio
cuenta de que llevaba un buen rato sin escribir nada y no tenía precisamente el
aspecto de alguien que tomaba apuntes.
Dio un par de
vueltas al bolígrafo en la mano antes de volver a deslizarlo vertiginosamente
por el folio en blanco. Aquello empezaba a convertirse en una prueba contra el
reloj y contra ella misma. No se trataba de escribir una historia de una hora
pero si una de una hora y media, y debía estructurar el tiempo para que aquella
historia no quedarse a medias al finalizar la clase. Era la primera vez que
hacía aquello y no sabía si repetiría la hazaña alguna vez.
Pensaba esto
cuando la profesora se ofuscó, repitió la frase: se había perdido en mitad del
texto que estaba desarrollando en clase. Solo le faltaba una palabra de enlace,
que había sido suficiente para extraer con pinzas una mal disimulada risilla
nerviosa por parte del alumnado que allí se concentraba.
La maldita
palabra volvió a su lugar en la garganta de la profesora y la clase siguió su
monótono y aburrido curso.
Ella miró el
reloj de nuevo solo para darse cuenta de los diez minutos más que habían
transcurrido. Volvió a escuchar a la profesora y de golpe empezó a entender
aquello de que hablaba: estaba tratando exactamente la misma materia que ella
estudiaba en una de sus asignaturas, se sintió feliz de no estar tan perdida
como le había parecido en un principio, aunque sabía de sobra que tampoco iba a
durar mucho el tiempo en el que entendiera todo aquel galimatías, así que
desconectó totalmente de la materia. De todos modos aquello no la interesaba ni
lo más mínimo: ni era su carrera, ni una materia afín, ni siquiera se trataban
contenidos que pudieran complementar de algún modo su formación académica. Así
pues atender era del todo absurdo.
Cruzó un par
de palabras con la estudiante de su derecha, pero volvió al papel, donde se
sentía mucho más segura, donde era realmente la dueña. Y se dejó llevar por el
grácil movimiento de su mano sobre él. Aquella situación podía tener muchas
lecturas, ciertamente:
·
Podía resultar cómica.
·
Podía resultar absurda.
·
¿Podría resultar lógica?
Se propuso dar
respuesta a esta última premisa cuando sonó la chicharra. El timbre señaló que
una hora se había agotado ya. Bajo el sonido de aquel aviso la profesora
parecía mascar chicle ante la clase: su voz no se oía en absoluto, pero eso la
daba igual y ella seguía hablando y explicando, a pesar de la imposibilidad de
los alumnos de seguir lo que decía en esos momentos.
Ella deslizó
la mirada de nuevo por el aula, como estaba en la última fila solamente veía
espaldas, pero pudo adivinar las caras de desconcierto de los allí reunidos.
Pronto el
timbre dejó de sonar y los bolígrafos empezaron a moverse de nuevo.
Ella volvió
sobre la premisa que se había propuesto explicar sabiendo de antemano que no le
iba a resultar difícil, porque aquella explicación ya había sido dada con
anterioridad en el papel. De todos modos volvió sobre sus pasos –en ese caso
sobre sus pensamientos- para dotar a la situación de algún sentido.
¿Cuál era la
lógica de su estancia allí? Era muy sencillo. Simplemente estaba allí con el
objetivo de escribir una historia de una hora y media. Una historia cuyo
principio, desarrollo y final no fuera en absoluto como el resto de sus
historias. En el fondo quizá solo era un experimento, una osadía, un desafío a
la memoria fotográfica de la profesora que tenía delante, que, a quince minutos
del final de la clase, no había descubierto la intromisión de una extraña en su
aula.
El objetivo se
estaba alcanzando. El tiempo que restaba era mínimo y también la cantidad de
texto por escribir era pequeña, así que se permitió el lujo de alzar la mirada
sobre las cabezas de sus compañeros de tarde para desafiar de nuevo la de la
profesora. No tenía nada que perder, de todos modos. Aquella profesora no podía
suspenderla. Como mucho podía expulsarla de la clase y aquello no supondría
ningún menoscabo en su hasta entonces limpio expediente académico así que
mantuvo la mirada unos segundos.
Casi lo había
logrado. Había descubierto que aquella carrera que había estado a punto de
hacer no concordaba en absoluto con ella y que no se había equivocado al
escoger la otra opción. También había comprobado la impersonalidad de las
clases universitarias. Gracias a esa impersonalidad y al desconocimiento mutuo
entre profesores y alumnos llevaba casi una hora y media en un aula que no era
de su facultad, ante una profesora a la que desconocía, escuchando una materia
que no le importaba en absoluto y si, terminando de consumir aquella hora y
media: concluyendo su historia, que no era otra que ésta que tú, lector, tienes
entre las manos. La crónica de una hora y media ante lo desconocido y junto a
los desconocidos. La crónica de una case a la que no pertenecía.
El único
relato programado que había escrito en su vida hasta el momento.
El primer
relato programado que he escrito en mi vida.
FIN
P.D.: Es una experiencia curiosa. Tal vez se repita. La hora
se ha agotado.
20:30 tarde
aula 25 alias “el palomar”
Colegio Universitario Domingo de Soto, Facultad de Empresariales,
Segovia.
Peña Cid García, 21 años, estudiante de cuarto de Publicidad
y Relaciones Públicas.
La explicación prometida es que si, me colé en una clase que no era la mía para ver que tal pinta tenía la carrera que estuve a punto de cursar. Era un experimento, además de comprobar qué sentía, me propuse escribir un relato, pero como resultó que no llevaba nada en la cabeza (tal vez serrín) pues tuve que improvisar cualquier cosa.
Si lo publico ahora es para poder comparar como escribía y como escribo y también para sentir que escribir, siempre mereció la pena.