Cruzaron las vías del tren. En este lado había
un campo y más allá de aquel campo estaba su futuro. No sabían lo que les
esperaba, pero estaban seguros de que nada sería peor que lo que dejaban atrás.
—¿Qué
haces, Jandro?
El muchacho se había agachado y
parecía estar clavando algo en el suelo.
—Clavar
esta estaca junto a la vía. La enterraré hasta dentro. Tiene grabada la fecha
de hoy y nuestros nombres.
—Greta,
no me mires así. Esta estaca nos impedirá volver… en cuanto consiga enterrarla
y ponerle encima la Piedra.
—¡Jandro!
¡No dejaremos la Piedra Límite aquí! Nos puede hacer falta más adelante.
—No
Greta —La mirada del chico era intensa e incuestionable.—Aquí es donde debe
estar. No hay mejor forma de asegurarnos el futuro que bloquear para siempre el
pasado.
Greta le miró, sopesando su
respuesta. “Puede que tenga razón. Por nada del mundo quiero volver a la casa
de esa vieja bruja”. Algo le decía a Greta que no todo su pasado estaba en
aquel espantoso lugar.
Jandro terminó de clavar la estaca
en el suelo y colocó las manos a los lados de ella. Levantó la mirada buscando
los ojos de la chica, y ella se arrodilló frente a él, imitando su postura, de
modo que las puntas de sus dedos se tocaron y un torrente de energía empezó a
circular por sus cuerpos como si fuera electricidad. Se miraron de nuevo a los
ojos y pronunciaron el hechizo confiando plenamente el uno en el otro.
—¡Amunta
Sama Terén!
La Piedra Límite emitió un
resplandor irisado y comenzó a emanar un agradable calor. Los chicos la
cogieron con la punta de sus dedos y la depositaron ceremoniosamente encima de
la estaca. Una vibración intensa sacudió la tierra a su alrededor y la luz de
la Piedra se apagó. Ambos se pusieron de pie y guardaron un involuntario minuto
de silencio, quizá por el pasado, que acababa de quedar enterrado para siempre,
junto con la estaca… si el hechizo había salido bien y la Piedra hacía su magia,
claro.
Como si la estuviera leyendo el
pensamiento, Jandro apretó las manos de Greta, intentando tranquilizarla.
—Todo
va a salir bien. Somos libres.
Greta quería creerle. Pero lo que de
verdad ansiaba era alejarse de allí cuanto antes. La vía estaba justo a su lado
y al otro lado de aquella frontera de hierro vivía el horror que les había
torturado durante años. Aquel horror contra el que nunca habían podido luchar
porque eran demasiado pequeños para enfrentarlo.
Empezaron a caminar en dirección
opuesta, alejándose para siempre de su pasado y mirando al futuro con
esperanza. En el horizonte les esperaban unas imponentes montañas y encaminaron
sus decididos pasos hacía ellas.
El viento les daba de cara y les
traía un rumor armónico y reminiscente que a Greta le estaba poniendo muy
nerviosa. Aunque a Jandro parecía no afectarle, a ella se le estaba metiendo en
el corazón, intentando despertar viejos recuerdos que había enterrado cuando
era muy niña.
Algo no iba bien. Nada bien. No podía
ser que Jandro no lo notara… aunque nunca había sido un niño muy intuitivo, la
verdad. Cuando eran muy pequeños y vivían con sus padres (¡Sus padres! Llevaba
años sin acordarse de ellos) todos los días iban a la fábrica donde trabajaban.
Allí, en la entrada, se quedaban con los hijos de otros trabajadores que, como
sus padres, no tenían con quien dejarlos. Entonces su madre enfermó y murió y
su padre se quedó sin trabajo. Cambiaron su pequeña casita por una pequeña
habitación en un piso con otras tres familias.
Greta empezó a descubrir miradas llenas de
dolor en los ojos de su padre. Salía todos los días a todas las fábricas de la
ciudad a buscar un empleo que le permitiese mantenerles, pero todos los días
volvía derrotado sin haberlo conseguido. Todo aquello era una especie de
nebulosa en la memoria de Greta. Jandro era demasiado pequeño cuando ocurrió,
seguro que ni siquiera lo recordaba.
Mientras caminaban en dirección a
las montañas el cerebro de Greta comenzó a hervir. Había algo que le decía que
nada bueno les esperaba allí y las borrosas caras de sus padres no se retiraban
de su memoria. Si de algo no había dudado nunca Jandro había sido del amor de
sus padres, aunque tuvieran que dejarlos en el orfanato porque no podían
mantenerles. Sin embargo Greta tenía otra opinión: ella era más mayor y sus
recuerdos eran confusos, pero sabía que el dinero no había sido la única causa
que les llevara a vivir huérfanos y en manos de la directora doña Críspula.
Aquella bruja les había tratado como apestados entre todos los niños que,
mugrientos y muertos de hambre, les rodeaban. Por algún motivo que Greta no
alcanzaba a descifrar ellos siempre eran el blanco de todos los castigos. Ellos
dos siempre pagaban los platos rotos.
Todos los niños del orfanato estaban
seguros de que doña Críspula tenía poderes: lo veía todo y lo sabía todo. Sin
embargo Jandro pudo comprobar que los tenía realmente, porque vio con sus
propios ojos más de una vez como maldecía la comida para que su sabor se tornara
salado o amargo en el plato de los dos hermanos. También habían sufrido
terribles pesadillas cada vez que la vieja bruja les daba las buenas noches y
les susurraba al oído unas palabras que solo ellos oían: “noche de miedo,
pequeños”. Aquella maldición les hacía gritar y llorar dormidos, intentando
escapar de las terribles visiones que el sueño les traía. Sin embargo nunca
vieron que les hiciera esas cosas a los otros niños.
Así que Jandro estaba seguro de que
su vida sería feliz a partir de ese momento. No habían matado a la bruja, como
pasaba en los cuentos, pero la habían dejado atrás para siempre. Ya no podría
hacerles daño.
Entonces de un matorral que había en
el borde del camino le llegó una voz:
—No dejes atrás tus miedos, pues siempre retornarán.
siempre hay que plantarles cara,
vencerles o vencerán.
El terror es insolente y siempre
vuelve al presente.
—¿Lo has oído, Greta?
—Si, viene de ese
matorral.
La muchacha se agachó y le pareció
ver un insecto entre las hojas del matorral. Un insecto que se escondió…
trasformando el matojo en el rostro de doña Críspula.
Greta ahogó un grito. No quería
asustar a Jandro.
—Vamos enano,
seguramente no sea nada.
Pero claro que era algo. Esa voz le
resultaba familiar. La visión de la cara de aquella bruja le recordó la
maldición con la que les había recibido en la puerta del orfanato:”dos
querubines nuevos para mí, me comeré vuestras almas”. La niña no entendió lo
que doña Críspula había querido decir, pero desde ese momento vivió aterrada,
esperando que la vieja se les comiera una noche mientras dormían.
Por suerte habían tenido tiempo de
crecer lo suficiente como para escapar de aquel lugar antes de que la bruja se
los comiera…lo malo es que no tenían ningún otro sitio al que ir. No tenían un
hogar al que volver. Y aunque Jandro estaba seguro de que sus padres les
estarían esperando para abrazarles y con ellos podrían volver a ser felices,
Greta no era tan optimista.
Greta no era como las otras niñas,
cuyos padres les enseñaban los rudimentos básicos de la magia desde que eran
pequeñas para poder vivir en un mundo cambiante, en el que el tiempo y el
espacio siempre eran relativos y donde solo con esa pizca de magia se podía
vivir. A Greta su madre solo le había anunciado que un día le enseñaría todo lo
necesario, pero ese día nunca había llegado. Por eso los cuatro años
que habían pasado en aquel infierno de orfanato los había invertido en estudiar
todos los libros de hechizos que cayeron en sus manos, aunque el que realmente
tenía poder era su hermano, un poder puro y potente, aunque no lo había usado
casi nunca, por miedo a no ser capaz de controlarlo. No era corriente que los
niños tuvieran poder, solían ser las niñas las que tenían el poder de la tierra
en su sangre, pero el caso de Jandro era especial. Greta lo descubrió por
accidente, cuando vio a su hermanito en la cuna, agitando sus manitas y creando
diminutos arcoíris a su alrededor que le hacían sonreír.
Llevaban más de tres horas caminando
y se les estaba agotando el agua. Decidieron parar a la sombra de un manzano,
donde Greta podría conseguir algo que beber usando un sencillo conjuro en las raíces
superficiales del frutal. Al sentarse volvieron a oir la voz, que les repetía
la misma letanía de antes. Greta no quiso mirar a ninguna parte, la voz salía
del árbol, pero no quería volver a ver la cara de doña Críspula.
Después de refrescarse y descansar
un poco volvieron al camino, las montañas aún quedaban lejos, pero ya se veían
las azoteas de las casas y las chimeneas de las fábricas. Si nada se torcía
quizá pudieran llegar antes de la noche. En la ciudad buscar agua y alimentos
era más difícil con los pocos recursos de que disponían, pero Greta estaba
dispuesta a confiar en el poder de Jandro, quien aseguraba que ya podía oir el
latido del corazón de su madre. Greta sabía que eso era imposible, pero no
quería ensombrecer la alegría de su hermano con sus propios miedos.
Durante el camino recordaron todo lo
que habían vivido, intentando centrarse solo en las cosas buenas: las buenas
amigas que les habían ayudado a escapar y que les habían protegido en el
orfanato, la luz del sol de la mañana dándoles en la cara tras cuatro años de
dormir encerrados en un sótano sin ventanas... Aunque el gesto de Greta era de
preocupación por la voz que les repetía no
dejes atrás tus miedos… era un susurro constante y cada vez más insistente.
Parecía que fuera el mismo aire quien se lo repitiera una y otra vez como un
mantra. Esas frases estaban logrando minar la esperanza de Greta y al cabo de
otro par de horas, parecía que estaban menoscabando la fe de Jandro también.
Apretaron el paso con la decidida
idea de llegar cuanto antes a la ciudad, buscar a sus padres y ¿qué? No lo
sabían, pero sería bueno, seguro.
Cuando llegaron al olmo seco que
presidía de la entrada de la ciudad, la voz dejó de ser un susurro para
convertirse en un grito atronador y de detrás del árbol vieron salir una fragante
nube violeta que pretendía envolverlos mientras voceaba: No dejes atrás tus miedos…
Jandro cogió la mano de su hermana,
asustado. Greta supo en ese momento de donde venía realmente la voz, supo a
quien pertenecía.
—¿Mamá?
Jandro miró atónito a Greta. Él no recordaba la voz
de su madre.
— No dejes atrás tus miedos, pues siempre retornarán.
siempre hay que plantarles cara,
vencerles o vencerán.
El terror es insolente y siempre
vuelve al presente.
Definitivamente era la cariñosa voz
de su madre. Intentaba avisarles de algo. Greta se dio cuenta demasiado tarde:
—Deberíais hacer caso a
vuestra madre, querubines.—Dijo doña Críspula a sus espaldas.
Cuando Greta se giró y vio a la
vieja señalándoles con su bastón supo que el poder de Jandro no era tan fuerte,
que la Piedra Límite no había sido capaz de encerrar su pasado al otro lado de
la vía. Siempre vivírían con miedo.
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—El
alma de los querubines es deliciosa, pero no me ha saciado.
Doña Críspula
recordaba con deleite el sabor de aquel alma que devoró hacía cuatro años.
Aquel alma fuerte y dulce de madre si que le había quitado el hambre.
Este relato está enmarcado en el reto de escritura #Origireto2020 organizado por Kat y Stiby. Podeis consultar las bases y apuntaros en sus blogs clickando aquí o aquí.
JUNIO:
Objetivo 1: Escribe tu propio cuento con enseñanza.
Cuentos y leyendas A: Hansel y Gretel.
Criaturas del camino II: Brujas.
Objetos ocultos: 1 Una estaca y 3 arco iris.
Además: milpalabrista (2003 palabras), doble dragón por relato de fantasía, rosa insolente por protagonista femenina y creo que no me dejo nada.
Gracias por leer hasta aquí.
Déjame tu comentario para saber que es lo que tú cambiarias en este relato.
Excelente!!!
ResponderEliminarMuchas gracias! Me alegro de que te haya gustado!!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, pero pobres niños T_T
ResponderEliminarLo que no me ha quedado clara es la enseñanza...
Por cierto, se te ha escapado un laísmo:
"Como si LA estuviera leyendo el pensamiento "
El objeto directo es el pensamiento así que el pronombre que se refiere a ella debe ser LE. (A los val ncianos nos pasa lo contrario, siempre caemos en leismos)
Saludos y nos vamos leyendo.
Hola Isa, muchas gracias por venir y comentar!! Si, la verdad es que pobres niños, tengo que plantearme aprender a poner finales felices, que parece que no son mi especialidad. Creo que Disney me creó un trauma con eso y eso que he visto un par de pelis nada más y a trozos.
EliminarGracias por señalarme el laismo, yo es que te prometo que no los veo ni aunque me ponga a hacer análisis morfológico del texto. Forman parte de mi ADN.
Y te resumo la enseñanza: no dejes atrás tus miedos, enfréntalos. Bueno, al menos esa era la intención del texto.
Un abrazo!!
Vaya relato inquietante y malrollero. el final de la historia es un golpe brutal al drama. Genial relato Wapa, me encanta como metes la magia con el cuento y el trasfondo de pobreza, pero quizá todo eso en general hace que en una historia tan dolorosa y cruel, la verdad de que no les abandonaron, que su madre fue una victima, le da esa salida dulce de que no todo era tan horrible. Me ha gustado mucho y la imagen de las fábricas y de ir junto a las vías me lo ha situado en una imagen muy del londres de la revolución industrial, no se si era la intención pero así me vino :P Enhorabuena.
ResponderEliminarPor cierto, vi erte fallito, si lo quieres corregir: "en cuando consiga enterrarla".
.KATTY.
Hola Katty!
Eliminarsiempre un placer tenerte por aquí. Como le decía a Isa tengo que ir planteandome meter algo de alegría en los relatos que escribo porque me estoy especializando en contar historias terribles, sin darme cuenta. Si que quería darle una ventana a la esperanza porque sino pobres protas, no pueden tener una vida tan mísera desde tan jóvenes, aunque quizá si, después de todo.
Para la ambientación tiré un poco de la revolución industrial, de Los Miserables de Victor Hugo, del contexto cambiante de La Torre Oscura y de la historia de Marco y su mono Amedio. Se que son influencias muy heterogéneas, pero la mente funciona a veces de forma muy aleatoria.
Voy a corregir ese fallo de teclado.
Un abrazo reina!